viernes, 24 de enero de 2014

LECCIÓN DE LA HOJA

Los árboles y sus hojas nos dan muchas lecciones. Todos los otoños, comentaba Ruskin, “nos embarga la melancolía cuando vemos el remolino de las hojas que caen marchitas, ¿y no pudiéramos muy cuerdamente levantar los ojos de la esperanza, considerando los grandiosos monumentos que tras sí dejan? Contemplad cuán hermosos son y cómo se dilatan en arcadas y en naves las avenidas de los valles, formadas por las arboledas que adornan las colinas. ¡Qué firmes, qué eternas! Son la alegría del hombre, el bienestar de todas las criaturas vivas, la gloria de la tierra, y a pesar de ello no son más que los monumentos de esas pobres hojas, que vuelan lánguidamente y pasan junto a vosotros para morir. No las dejemos pasar sin que comprendemos su último consejo y ejemplo; para que también nosotros, sin preocuparnos del monumento funerario, edifiquemos en el mundo un monumento que enseñe a los demás, no dónde hemos muerto, sino donde hemos vivido”. Esta lección de la hoja la podemos trasladar al cuidado y conformación de la imagen de nuestras ciudades, nuestros jardines, edificios y espacios públicos. Lo que nosotros hagamos con nuestro paisaje urbano y natural dirá de nosotros mucho más que las crónicas de los logros tangibles alcanzados. Ellos permanecerán y nosotros, como las hojas, si nos elevamos espiritualmente, nos convertiremos en el abono que haga posible la renovación de la vida.  


1 comentario:

  1. José Manuel, he buscado dónde hacerme seguidora de tu blog, pero no lo encuentro. De todos modos, tomo nota del enlace para llegar hasta aquí.
    Saludos.

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