El pensamiento nace del error.
Cuando la acción es satisfactoria y cumple su objetivo no hay motivo para
mantener la atención; pensar es confesar una falta de ajuste, la cual debemos
parar a considerar. Solo cuando el organismo falla al lograr una adecuada
respuesta a su entorno hay material para el proceso del pensamiento, y cuanto más grande es el error, la búsqueda se
vuelve más intensa y el pensamiento avanza con mayor rapidez y profundidad.
El error, por tanto, forma
parte de la vida y es una fuente de conocimiento extraordinaria. La frase
“rectificar es de sabios” está cargada de razón. Pero es distinto rectificar
cuando uno yerra en la búsqueda de la verdad, que cuando lo hace tras ser
descubierto en una flagrante mentira o una estratagema para salirse con la
suya. Quien falla siguiendo el primer camino, el de la verdad, tendrá
posibilidad de llegar al Templo de la Cultura y la Sabiduría. Los que toman el segundo
camino, el de la mentira, más o menos encubierta, terminan solos, perdidos y
dando vueltas en círculo sin avanzar.
El camino de la verdad está
plagado de obstáculos, trampas y empinadas cuestas. Es una
lástima que no aprovechemos las descripciones, planos e indicaciones que sobre
este camino nos han dejado los grandes pensadores de la humanidad. Trabajaron,
como nosotros, para su propio crecimiento personal, pero fueron los
suficientemente generosos para dedicar buena parte de su vida a plasmar por
escrito sus reflexiones y pensamientos.
Al escribir
esta reflexión he recordado un precioso pasaje escrito como Rudolf Eucken para
la introducción a su obra "Los grandes pensadores". Dice así: "A
través de aquellos grandes espíritus llega a nosotros constantemente el reino
de la cultura; nuestro trabajo está unido a ellos por innumerables hilos. Pero
a menudo permanecen extraños para nosotros; falta una cálida relación personal:
las estatuas de los dioses del Partenón, que contemplamos sólo desde fuera, no
abandonan su sublime pedestal para participar de nuestros cuidados y de
nuestros esfuerzos, ni siquiera parecen unidos entre sí en comunidad alguna. Si
nos aproximamos hacia el centro de su vida, si alcanzamos su profundidad
espiritual en donde el trabajo se convierte para ellos en desarrollo del propio
ser, entonces el efecto cambia: las frías estatuas adquieren vida y empiezan a
hablarnos, su creación parece movida por las mismas cuestiones de las que
depende nuestra dicha y nuestro dolor. A la vez que se establece entre los
héroes una conexión y aparecen los mismos como cooperadores en una obra común:
en la construcción de un mundo espiritual en el reino de los hombres, en la
lucha por un alma y por un sentido de nuestra vida. Así caen todos aquellos
mundos divisorios y nosotros podemos entran en aquel Partenón como en nuestro
propio mundo, como en nuestro hogar espiritual".
Rudolf Eucken |
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