jueves, 2 de enero de 2014

EL AMOR A LA NATURALEZA

Hace algún tiempo, cuando  tenía responsabilidades laborales en la coordinación de equipos de  trabajos medioambientales, una operaria me dijo que no quería ir al campo. Le pregunté que cual era el motivo y me dijo que le molestaba el incesante sonido de los pájaros.  Aquella respuesta me inquieto sobre manera. ¿Cómo podía a alguien sentir repulsa por el canto de los pájaros y no molestarle el ensordecedor ruido de la ciudad? Esta idea no ha dejado de darme vuelta por la cabeza.  La respuesta a esta inquietante pregunta la he encontrado en el libro “La naturaleza y el hombre” de John Ruskin. Decía este sabio escocés que “si bien la ausencia de amor a la naturaleza no es razón suficiente para condenar a nadie, su presencia es el distintivo infalible de la bondad del corazón y de la justicia en la percepción moral”. Este amor por la naturaleza, continúa Ruskin, “no es el distintivo de las personas más inteligentes, sino de las que tienen una imaginación brillante, intensa simpatía y principios religiosos indefinidos”.  ¿Qué es entonces los que impide a muchas personas recibir las gratas impresiones de la naturaleza, como en el caso referido? El motivo no hay que buscarlo en “la agudeza de la razón ni la amplitud de la humanidad, sino más bien es consecuencia “de sus bajas preocupaciones, sus vanos descontentos y sus placeres mezquinos; y por uno, que en virtud de alguna abstracción profunda o de un elevado propósito, esté ciego para ver las obras de Dios, hay miles y miles que tienen los ojos sellados por un egoísmo vulgar y la inteligencia arruinada  con preocupaciones impías”.



Siguiendo esta argumentación, Ruskin concluye que la humanidad puede dividirse en tres órdenes de seres:  “el inferior, sórdido y egoísta, que ni ve ni siente; el segundo, noble y simpático, que ve y siente; mas no obra ni saca consecuencia alguna;  y el tercero y más elevado, que despliega la vista en resoluciones y el sentimiento en obras”.  Nadie está predestinado a formar parte de uno de estos tres órdenes. De hecho muchos hemos pasado por estos estadios hasta la alcanzar el nivel superior. En este nivel la vida se ve de manera muy distinta. Comienza a sentir la vida en toda su intensidad. Las flores que antes no apreciabas atraen tu atención; la luz del sol penetraba hasta tu interior llevándote alegría y bienestar; el aire que entra en tus pulmones es una continua renovación de la vida; la sombra de los árboles te abrazan con ternura; el bosque te acepta como uno de los suyos; te paras para observar los pájaros que antes no atraían tu atención; la sensibilidad la tienes a flor de piel y la emoción te embarga varias veces al día ante los más simples testimonios de amor y cariño; el mar es una fuerza insondable que te recuerda tu fragilidad y el milagro de la vida; te sientes parte de una totalidad superior que otorga sentido a tu existencia; juzgas a los demás de manera benévola y compresiva… En definitiva, sientes el continuo fluir de la vida y su incesante renovación. Este amor por la naturaleza te conduce al compromiso activo por su defensa, su conocimiento y la difusión de sus infinitas bondades. 


2 comentarios:

  1. Brillante, José Manuel! Muchas gracias por compartir tan certeras observaciones. Salud y Naturaleza!

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  2. Qué preciosa entrada... Estoy en completa comunión con tus pensamientos, y seguiré profundizando en tu blog.

    Te dejo este libro mío que ando regalando a los que encuentro afines a este sentimiento sublime de amor a la naturaleza. Son estampas literarias e impresiones. Espero que te guste; también a tus lectores.

    Un saludo cordial junto a mi felicitación por tu sensibilidad y claridad:

    Enlace para descarga gratuita:
    https://goo.gl/B0cV6V


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