domingo, 28 de julio de 2013

EL LARGO Y COMPLEJO PROCESO DE LA REVOLUCIÓN INTEGRAL


Muchos intelectuales y pensadores han dedicado su vida y obra a la noble tarea de intentar transformar la realidad social, económica y cultural de su época. Al hacer balance del impacto de su trabajo no pocos han caído en una profunda depresión ante la nula o escasa influencia de su labor intelectual. Quizá no tuvieron en cuenta lo dicho por Lewis Mumford: que las ideas no toman posesión de una sociedad por mera diseminación literaria. Según Mumford, “éste es el error del racionalismo del siglo XVIII o el engaño de la publicidad moderna. Para ser socialmente operantes, las ideas deben ser incorporadas por instituciones y leyes, puestas en acción por la disciplina diaria de la vida individual, corporizadas finalmente en edificios y obras de arte que crean un escenario efectivo para el nuevo drama, y transportan su tema del mundo de los sueños, donde fueron creadas, al mundo de la realidad, donde son probadas, desafiadas, modificadas”.
 
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Lewis Mumford

                En su obra “La condición del hombre”, y de manera más resumida en “Las transformaciones del hombre”, Mumford describe un cuadro general del proceso por el cual una idea cobra fuerza suficiente para transformar a la persona y a la comunidad. “El proceso puede dividirse, a grandes rasgos en cuatro etapas, habitualmente sucesivas, aunque algunos aspectos de las últimas etapas tal vez se presenten ya al comienzo”.

“…La primera etapa es la de la Expresión. Entonces cobra la nueva idea, en diversos espíritus, como una nueva mutación: una imagen de nuevas posibilidades, intuitivamente aprehendida, a veces racionalmente formalizada, pero por naturaleza frágil y perecedera, puesto que todavía carece de órganos. La etapa siguiente es la de la Encarnación: la idea se transforma en un ser humano vivo y en los actos y hechos y propósitos de su vida. Y si sólo unos pocos comprenden las ideas de la idea pura, muchos son los capaces de comprender el ejemplo vivo, y en el acto mismo de la encarnación se explora y se completa la naturaleza de la idea”.

“…Una vez que ha tenido lugar la encarnación, el paso siguiente es el de la Incorporación dentro de la comunidad: la incidencia detallada del precepto y la creencia en los hábitos de la vida diaria, el vestido, la higiene y la medicina; el ceremonial, los modales y las leyes. Viene por último la Asimilación: la organización estructural de la idea original en obras de arte técnicas, edificios, monumentos, formas del paisaje y ciudades, proceso que, una vez colocados los cimientos, puede desenvolverse tan rápidamente como el crecimiento de la arquitectura de piedra de las pirámides”.

                Mumford destaca que por el proceso de “mimesis” un nuevo molde de personalidad y un nuevo plan de vida toman posesión de muchas vidas individuales y les dan una tarea común y una finalidad única. Por tanto, la encarnación y mimesis son esenciales en el proceso social, tal y como ha estudiado y defendido con acierto el pensador Javier Gomá en su obra "Ejemplaridad Pública".
 
Javier Gomá Lanzón
 

                Tal y como explica Mumford en “La condición del hombre”, “sólo en el momento de su formulación es pura una idea; entonces tiene la claridad de una forma platónica, la propiedad de un mente iluminada; un todo metafísico y lógico. Pero para sobrevivir, la idea debe adaptarse al ambiente impuro, al ambiente de la vida; de otra manera está condenada a la esterilidad. Si facilita forma a nuevas instituciones, también a su vez será deformada por las instituciones existentes que son todavía fuertes. La gente que no comprende la naturaleza de este proceso tiene o bien a despreciar las ideas, porque no puede reconocer su presencia y su funcionamiento en la institución afectada por ellas, o desprecia el mundanal mundo, porque en el proceso de vulgarización de una idea inevitablemente la desvía. Hay que entender que “las ideas no se convierten en formativas hasta que echan raíces en la sociedad; hasta que se materializan. Esta materialización es inevitablemente una traición y una realización”.

“…Para sobrevivir en una comunidad, una idea debe descansar sobre los soportes exteriores de los nuevos hábitos, disciplinas, leyes, construcciones; debe tomar forma en las relaciones domésticas y en las organizaciones políticas. Todas estas envolturas de las ideas tienden a ocultar más y más el núcleo original. Si la idea original que ha sido incorporada y ha tomado cuerpo en la vida de la comunidad ha de mantenerse viva, debe existir un perpetuo retorno a sus fuentes originales y una igual capacidad para anticipar y formular nuevas experiencias que permitirán un crecimiento ulterior. El primero paso es relativamente más fácil que el segundo”. No cabe duda de esta apreciación. Algunas  religiones como el Islam están tan sujetas a la idea original que no han podido evolucionar. Y es que, tal y como advertía Mumford, “cada idea formativa, en el acto de prolongar su existencia, tiende a matar el espíritu original que la trajo. Y sin embargo, sin sufrir esta transformación y extensión, la idea hubiera continuado inoperante y encerrada en sí misma”. Los fundadores del Islam quisieron evitar los peligros inherentes que conlleva la realización de la idea en el vida y la práctica, declarando a su texto sagrado directamente inspirado y dictado por su Dios, con lo que su interpretación era tanto como cuestionar la palabra divina e incurrir en un pecado inasumible. La iglesia católica también ha mostrado un notorio distanciamiento de los principios cristianos y del ejemplo de Jesús de Nazareth, así como una fuerte resistencia para asimilar las nuevas experiencias históricas y readaptar su discurso. La figura del nuevo Papa Francisco parece abrir una esperanza de cambio y evolución en el pensamiento católico.
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Papa Francisco
 

                En un terreno más profano y cercano a nuestra realidad actual, Mumford, en las últimas páginas de “La condición del hombre”, hizo una puntualización muy importante sobre su teoría de las transformaciones históricas de la personalidad y la comunidad. A partir de su amplio conocimiento de evolución de la condición humana, Mumford concluye que “el periodo formulación casi siempre anticipa en medio siglo o más a los estados de encarnación y realización. De manera que si hemos de alcanzar una economía equilibrada, una comunidad equilibrada y un personalidad equilibrada, será con la ayuda de ideas de larga existencia suficientemente maduras para estar lista ahora para su asimilación”.  Un planteamiento que contrasta,  y ya denunciaba Mumford, con el hábito de nuestra época que consiste “en pensar que ningún cambio es digno de discusión si no puede ser organizado inmediatamente en movimiento visible: los alistamientos en masa de miles, si es posible de millones, de hombres y mujeres. Muchos de los movimientos actuales que pretenden homenaje son poco más que recursos de publicidad: recursos decorativos que no cambian ni mueven nada. Así, sin embargo, sería un movimiento revolucionario siempre que los que tomen parte en él vuelvan a modelar los instrumentos con que trabajan: primeramente ellos mismos”.
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                Frente a tantas movilizaciones ciudadanas, tantas manifestaciones frustrantes, tanto mensaje publicitario, tanto slogan ocurrente, tanta insatisfacción personal al comprobar que salir a la calle no sirve más que para hacer bulto, tanto exabrupto inútil  dirigido contra la clase política, debemos recordar, según nos dice Mumford, “que sólo en un lugar puede empezar la inmediata renovación (o revolución integral, como defendemos algunos): dentro de la persona. Cada uno, dentro de su campo de acción –el hogar, la vecindad, la ciudad, la región, la escuela, la fábrica, la mina, la oficina, el sindicato, debe llevar a su labor inmediata diaria una nueva actitud hacia sus funciones y obligaciones. Su trabajo  colectivo no puede elevarse a un nivel más alto que su escala personal de valores. Una vez efectuada la transformación en la persona, cada grupo lo ha de registrar y responder a ella. Hoy día nuestros mejores planes fracasan porque están en manos de personas que no han sufrido ninguna transformación interior. La mayoría de esa gente ha retrocedido ante la crisis mundial y no tiene noción de la manera que han contribuido a que se produzca”.

                Reforzando esta idea, Mumford apunta: “los que esperan que se produzcan rápidos cambios totales en nuestras instituciones subestiman las dificultades que ahora enfrentamos: los caminos de la barbarie y el automatismo, esos traidores gemelos de la libertad, han llegado demasiado lejos. En su impaciencia, en su desesperación, esa gente ansía secretamente cargar el peso de su propia regeneración en un salvador: un presidente, un Papa, un dictador –vulgares remedos de una divinidad rebajada o una corrupción endiosada-. Pero tal conductor es sólo la masa de la humanidad en minúscula: la encarnación de nuestros resentimientos, odios, sadismos o de nuestras cobardías, confusiones y cobardías. No hay salvación por medio de esa desnuda autoadoración. Cada hombre y cada mujer deben primer asumir en silencio su propia carga y debemos simplificar nuestra rutina diaria”. Junto a ello añade, debemos asumir las responsabilidades públicas y trabajar por la unidad y la fraternidad efectiva del hombre. Debemos tener claro que “mientras no nos reconstruyamos nosotros mismos, todos nuestros triunfos externos han de venirse abajo”.

                Como advertencia a quienes gustan las simplificaciones demagógicas y huyen de cualquier de esfuerzo continuado, Mumford sentencia que “no hay formula sencilla para esta renovación. No es suficiente hacer todo lo posible: debemos hacer lo que parece imposible. Nuestra primera necesidad no es de organización, sino de orientación. Una cambio de dirección y actitud. Debemos aportar a cada actividad y a cada plan de vida un nuevo criterio de juicio: debemos preguntar en qué medida promueve los procesos de realización de la vida y cuánto respeto acuerda a las necesidad de la personalidad”.

sábado, 27 de julio de 2013

ALBERT CAMUS, ARGELIA Y CEUTA


En un almacén de libros antiguos y ocasión encontré un auténtico tesoro. Un libro de Albert Camus poco conocido y difundido: “Problemas de nuestra época. Crónica argelina”. Bueno, más que un libro, se trata de una recopilación de artículos periodísticos de Camus dedicados a la situación argelina. Como oriundo de Argelia, Camus mantuvo un valiente compromiso intelectual para encontrar una salida a la difícil situación generada en su tierra natal entre los árabes y los colonos franceses. Ya en el prefacio de esta obra adelantaba que su posición equidistante entre ambas partes “no satisface a nadie, y conozco de antemano cómo será recibida por las dos partes. Lo lamento sinceramente, pero no puedo forzar lo que siento y lo que creo. Por lo demás, tampoco a mí nadie me satisface sobre este punto. Por eso en la imposibilidad de unirme a ninguno de los campos extremos, frente a la desesperación progresiva de este tercer campo, en el que todavía podía conservarse la cabeza serena, dudando además de mis certezas y mis conocimientos, y persuadido por fin de que la verdadera causa de nuestras locuras reside en las costumbres y el funcionamiento de nuestra sociedad intelectual y política, decidí no participar ya en las incesantes polémicas que no tienen otro efecto que fortalecer en Argelia las intransigencias de la lucha, y el de dividir un poco más a una Francia ya envenenada por el odio y las sectas”. Lejos de la suficiencia con la que muchos hablan de asuntos complejos, Camus confiesa: “me falta esa seguridad que permite resolverlo todo”. A pesar de este reconocimiento a sus propias limitaciones no renuncia a sus obligaciones como pensador que declara son “esclarecer las definiciones, para desintoxicar a los espíritus y apaciguar los fanatismos, aun en contra de la corriente”.

                Su sincero ejercicio de humildad que le lleva a decir que “estoy dispuesto a reconocer mis insuficiencias y los errores de juicio”,  incluso a reconocer que “puedo equivocarme  o juzgar mal un drama que me concierne demasiado”, no es incompatible con su elevado sentido de la responsabilidad cívica. Una responsabilidad que no sólo le atañe a él. “Todos seremos responsables solidarios, cada uno de nosotros debe dar testimonio de lo que hizo y de lo que dijo”.

                Aún reconociendo las notorias diferencias entre el caso argelino y Ceuta,  no son pocas las lecciones que podemos extraer de este conflicto y de las impresiones que del mismo obtuvo Albert Camus. La primera de ella son dos consejos indispensables para abordar situaciones tan complejas: renunciar a “las simplificaciones demagógicas” y protegerse de “las acusaciones recíprocas o los enjuiciamientos odiosos que no modifican nada de la realidad que nos atañe”. Y la segunda un reconocimiento a una realidad que nosotros estamos empezando a advertir en nuestra ciudad: que las políticas de asimilación o integración cultural entre occidentales y musulmanes suelen fracasar. Las razones son similares a las expuestas por Camus. “Primero porque nunca se la emprendió verdaderamente, y luego porque el pueblo árabe conservó su personalidad, que no puede reducirse a la nuestra”.

                ¿Cuáles son entonces las alternativas que se nos presentan? Según Camus, “esas personalidades, ligadas recíprocamente por la fuerza de las circunstancias, pueden elegir o bien asociarse o bien destruirse. De manera que en Argelia no se trata de elegir entre la abdicación o la reconquista, sino entre el matrimonio de conveniencia o el matrimonio de muerte de dos xenofobias”. ¿Es este el destino que nos espera a los ceutíes? ¿Seremos capaces de establecer una relación que no sea de conveniencia sino de amistad y mutua comprensión? ¿Nuestro matrimonio dará lugar a hombres y mujeres con los mejores valores de ambas culturas? ¿Podremos mantener una relación basada en la sinceridad y la generosidad? Todo indica que el divorcio está próximo. Sin embargo, al igual que Camus, estoy convencido de que “este sortilegio puede romperse, de que esa impotencia es una ilusión, de la que fuerza del corazón, la inteligencia, la valentía, son suficientes para tener en jaque al destino, y a veces hasta para frustrarlo. Basta solamente quererlo, no ciegamente, sino con  voluntad firme y reflexiva”. En la consecución de este esfuerzo, “la misión de los hombres de cultura y de fe consiste en mantenerse en lo suyo, en ayudar al hombre contra lo que lo oprime, en favorecer su libertad contra la facilidades que lo cercan”. Es nuestro deber y, como dice Camus, “los únicos hombres firmes en cuanto a sus deberes son aquellos que no ceden nada de sus derechos”.
 
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miércoles, 24 de julio de 2013

ES UNA CUESTIÓN DE ABUSO DE PODER DEL HOMBRE SOBRE LA MUJER


Tengo por costumbre no pronunciarme sobre un determinado hecho sin  conocer todos los datos  y sin esperar un tiempo prudencial para no dejarme llevar por el fragor del momento.  Recabada la información pertinente y trascurrido el tiempo necesario para meditar lo que quiero decir, no puedo esperar más para posicionarme sobre las declaraciones del Sr. Benaissa. Ningún ciudadano con conciencia cívica debería callar ante estas declaraciones atentatorias contra la libertad y la dignidad de las mujeres.  Todos tenemos el deber de defender determinados principios básicos sobre los que se sustentan nuestra sociedad democrática como la libertad y la igualdad. Callar es, como poco, demostrar indiferencia ante unas declaraciones intolerables en un país civilizado. Y no están los tiempos para seguir callados e impasibles frente a un continuo cuestionamiento de la esencia de nuestra identidad cultural. Es el momento de marcar una clara línea que distinga entre la legítima libertad de creencias y los derechos fundamentales que asisten a cualquier ser humano. Los hombres y  las mujeres tienen el derecho inalienable de vestirse, acicalarse,  perfumarse y mirar adonde les dé la gana. 

No se puede consentir por más tiempo que las mujeres sean consideradas por algunos como fuente permanente de incitación al pecado, como menores de edad que necesitan la protección del macho. Decir que esto responde a ideas medievales es denigrar una  época con más luces que sombras. Más bien estamos ante una involución del pensamiento hacia comportamientos prehumanos donde no existían controles éticos que permitieran al ser humano el control efectivo de sus pulsiones instintivas. La democracia, tal y como declaró en cierta ocasión Cornelius Castoriadis, es impensable sin la permanente autolimitación del ser humano. Los hombres, al menos así me veo yo, no estamos todo el día babeando por las esquinas cada vez que nos cruzamos con una mujer. En el mundo occidental, nos hemos acostumbrado desde niños a compartir pupitre con  niñas, aulas en la universidad con adolescentes y lugar de trabajo con mujeres adultas como nosotros. Nuestra mente está ocupada, casi siempre, con preocupaciones menos elevadas de tono, aunque algunas mentes enfermas no se lo crean.

Craso es el error que pretende que el sexo es feo, profano y corrupto. El acto sexual, según decía acertadamente Waldo Frank, “tanto en su consumación como en su frustración, simboliza el hado de la necesidad humana de amar…Cada verdadero abrazo sexual tiene en sí su noche oscura del místico; el paso de ella a la luz; la contemplación, al propio tiempo, de la noche oscura y de la salida de ella”. En este error han recaído la mayor de las principales religiones. Sin ir más lejos, el cristianismo durante muchos siglos degradó el acto sexual y con él a la mujer. No fue hasta el siglo XVI cuando se produjo, según Mumford, una profunda modificación en el sexo, en el amor y en la paternidad. A partir de este periodo histórico el gran tema del arte fue la celebración y goce de la mujer. Los pintores desnudaron a la mujer, revelaron los encantos de la naturaleza e idealizaron las posibilidades de la experiencia erótica. Desde este momento, la mujer siente su poder: su poder de dar y negar. Un poder que personas como el Sr. Benaissa se niegan a reconocer a la mujer.  Mujeres que deben ser sumisas, castas y reguardadas de las pecaminosas miradas de otros hombres. Mujeres que deben ocultar sus atributos sexuales, las formas de su cuerpo,  la belleza de sus ojos y su ondeante melena. Mujeres que deben limitar todo su horizonte vital al servicio de su marido y a la crianza de sus hijos. Mujeres que no pueden decir con quien acostarse sin que sean tachadas de fornicadoras. Mujeres que dicen ser tratadas como tesoros y así encerradas de este modo en los más lúgubres rincones de su casa.

Estamos, en definitiva, ante un problema de poder. Un ejercicio de domino absoluto que determinados hombres imprimen sobre sus mujeres, muchas de las cuales ni siquiera toman conciencia de su verdadera situación de sumisión y carencia de libertad. Poco podemos hacer los demás por liberar a estas mujeres de la postración al hombre. Son ellas quienes deben dar el primer paso. Nosotros tan sólo podemos ayudarlas, asistirlas y darle la cobertura legal que requiere el inevitable y deseable reencuentro de estas mujer con su reprimida sexualidad.

sábado, 20 de julio de 2013

UN CAMBIO DE DIRECCIÓN HACIA LA PERSONA Y LA VIDA *


La presentación del último informe del Observatorio de la Sostenibilidad de Ceuta (OSCEME), centrado en esta ocasión a la evolución demográfica de nuestra ciudad, ha causado cierto revuelo en el seno de la opinión pública. Algunos representantes políticos, como el líder del PSOE, aprovechó una convocatoria con los medios de comunicación para salir al paso de las declaraciones que hicimos durante la rueda de prensa que dimos para dar a conocer el contenido del informe. Del igual modo, el Sr.Aróstegui, dedicó su columna de opinión semanal en este mismo medio para expresar su punto de vista respecto al informe y las conclusiones que adelantábamos. Ya a mediados de esta misma semana fuimos invitados por el Delegado del Gobierno para presentarle el borrador del estudio y departir con él respecto a nuestras interpretaciones y propuestas, gesto que agradecemos desde esta tribuna pública.

            Al leer y escuchar las reacciones a las conclusiones preliminares del informe sobre la demografía de Ceuta hemos apreciado que hay conceptos que, o bien no hemos sabido explicar o bien requieren una explicación más extensa. La primera de estas ideas es la del establecimiento de un límite al crecimiento de la población. La resistencia a este tipo de  limitaciones de tamaño y densidad se ha debido principalmente a dos hechos, como supo ver Lewis Mumford en su obra “La cultura de las ciudades”. La primera de las razones es “la suposición de que todos los cambios “hacia arriba” en magnitud eran signos del progreso y automáticamente buenos para los negocios”. La otra razón se basa en  “la creencia de que esas limitaciones eran esencialmente arbitrarias, por el hecho de que proponían “reducir la oportunidad económica” –esto es, la oportunidad para hacer ganancias mediante la congestión- y detener el curso inevitable del cambio”.  A tales supersticiones se añade una tercera: la idea de que este  nivel óptimo y deseable en cuanto a densidad humana y urbana debe hacerse de manera inmediata y a costa de la salida precipitada de parte de la población “sobrante”.

            Nunca se nos ha ocurrido plantear el evidente problema de la sobrepoblación en términos de “¿sobra o falta gente?”, como se preguntaba el Sr. Aróstegui, y mucho menos hablar de expulsión de nadie. La demografía no se presta a este tipo de simplificaciones absurdas. El aspecto demográfico de una determinada población, como puede ser Ceuta, no es una imagen fija. Cambia continuamente por un hecho tan evidente que hasta da cierto rubor tener que explicarlo: la gente nace, se desplaza y muere. Como dice un refrán español, “dentro de cien años, todos calvos”. Nosotros, los que ahora ocupamos este territorio, estamos de paso. Somos herederos de un pasado que nos acompaña siempre y, de algún modo, condiciona nuestro presente, ya que las decisiones que tomaron o dejaron de tomar nuestros antepasados fueron la causa de la Ceuta que nosotros tenemos que gestionar.

Pero lo más importante, no es tanto la herencia recibida, sino el uso que hagamos de ella y el futuro que seamos capaces de dibujar para las generaciones venideras. Un heredero irresponsable puede hacer lo que estamos haciendo nosotros: dilapidar el capital natural, social y cultural que nos han legado. Un capital tradicionalmente ignorado, maltratado y desatendido, en manos de unos gestores irresponsables que desde siempre no han sabido reconocer y aprovechar nuestro valioso patrimonio cultural y natural. Despilfarrar, como estamos haciendo, este capital sí es egoísmo, Sr. Carracao, pues sólo nos preocupa nuestro presente. Vimos como esos célebres personajes de Dickens, -esos avaros que estaban convencidos de que iban a vivir eternamente-, que no utilizaron su riqueza para forzar un nuevo modo de vivir, que dé a cada hombre y mujer nuevo valor y significado en sus actividades diarias.

Respecto a la cuantía del capital que aún nos queda nos invertir, es decir, las bolsas de suelo militar a las que se refería el Sr. Aróstegui en su artículo, coincidimos en su apreciación de que estos terrenos deberían ponerse a disposición de la ciudad. No obstante, conviene aclarar a la opinión pública, para que no se haga falsas ilusiones, que  la mayor parte de las propiedades militares se localizan en zonas declaradas no urbanizables o protegidas por motivos medioambientales. Los espacios con mayores posibilidades son precisamente aquellos que el Ministerio de Defensa ha solicitado a la Ciudad su recalificación para poder libres; entre demanda de infraestructuras y equipamiento y oferta disponible.

Nuestro llamamiento a establecer un límite poblacional no puede reducirse a la peregrina idea de marcar una cifra exacta y concreta, y una vez establecida determinar quienes sobran. Se trata, más bien, de tomar decisiones en el presente para anticiparnos a las negativas consecuencias que para el futuro de venderlos a un precio sustancioso. Nosotros no podemos estar de acuerdo con este proceder del estamento militar. Estos terrenos deben servir, no parar seguir incrementando la densificación urbana, sino para corregir los actuales desequilibrios que son observables en nuestra ciudad entre lo artificial y lo natural; entre espacio público y espacio privado; entre tamaño y población; entre campo o ciudad; entre superficie construida y espacios Ceuta supone ya, -y aumentará en el futuro-, la desorbitada densidad de población que soporta un territorio tan reducido como el nuestro. Igual que el crecimiento de la población ha sufrido una rápida aceleración desde el año 2004 hasta la actualidad, si se toman las decisiones correctas esta tendencia puede corregirse y marcar una línea descendente que nos acerque a niveles  poblacionales acordes a nuestra capacidad de carga.  De hecho, este punto de inflexión ha empezado a dibujarse en la gráfica de la evolución de la población. No  sólo se ha frenado el crecimiento poblacional, sino que ha descendido algo el número de personas inscritas en el padrón municipal. Sin lugar a dudas, la iniciativa de la Delegación del Gobierno en Ceuta de combatir los empadronamientos ilegales tiene mucho que ver con el cambio de rumbo en el crecimiento demográfico.   

Quizá el aspecto que más polémica ha suscitado de las conclusiones preliminares del estudio sobre demografía, redactado por la socióloga Soledad Giménez y coordinado por Septem Nostra, ha sido la referencia a las políticas sociales como un factor que podría explicar el incremento de los asentamientos en Ceuta. Como ya hemos indicado en anteriores ocasiones, y nos ratificamos de nuevo, cualquier intento de remediar la pobreza en una sola ciudad, según advierte Edward Glaeser, “puede muy bien salir por la culata y aumentar el nivel de pobreza de esa ciudad atrayendo a ella a más pobres”, sobre todo cuando esta ciudad, caso de Ceuta, se ubica en un entorno socioeconómico de extrema pobreza. ¿Insolidarios? No, realistas y responsables. ¿Es que alguien en su sano juicio puede pensar que una ciudad del tamaño de Ceuta puede resolver los problemas de pobreza de todo el norte de África?

El cortoplacismo, la ignorancia histórica y el localismo miope, impide a muchos darse cuenta de que los conflictos humanos planteados actualmente en nuestras ciudades, incluyendo claro está a Ceuta, se han ido prefigurando durante los últimos seis siglos de permanente violación de las más elementales normas de moral que ahora están amenazando la vida de este planeta. Un cambio moral que se inició en el siglo XIV, momento preciso en el que los siete pecados capitales se convirtieron en las siete virtudes cardinales. Los problemas a los que nos enfrentamos, como el de la pobreza, requieren para su solución que se reorienten los ideales últimos y los propósitos de toda nuestra civilización; y esto exige un cambio profundo en la mentalidad general.

            Si queremos mantener la vida misma en movimiento, con la ayuda o sin la ayuda de las actuales instituciones políticas y económicas, debemos entender que la consumación de la vida no es posible excepto en el perpetuo crecimiento y renovación de la personalidad humana.  Tal y como comenta Lewis Mumford en la “condición del hombre”, las ciudades, la riqueza, el poder, las instituciones, la cultura, son todos instrumentos secundarios de este proceso de autodesarrollo. Si queremos establecer un criterio para discernir entre lo humanamente deseable y lo contraproducente, lo tenemos relativamente fácil: “lo que nutre la personalidad, la humaniza, la refina, la profundiza, la intensifica y amplia su campo de acción es bueno; todo lo que la limita o frustra, lo que la devuelve a la norma de la tribu y limita su capacidad de cooperación y comunicación humana debe ser tenido por malo”. Dicho esto, y volviendo al tema que nos ocupa, tendríamos que preguntarnos si nuestras actuales políticas sociales favorecen el crecimiento continuado de la personalidad humana. A lo mejor es posible mantener económicamente todo el complejo y costoso sistema de ayudas sociales y erradas políticas de inserción laboral como los planes de empleo, pero en términos humanos las consecuencias no han sido evaluadas hasta el momento.

Nadie se ha parado a pensar el daño que infringen estas políticas paternalistas en la calidad del sujeto, convirtiéndolos, como dice Félix Rodrigo Mora en su “Giro estatolátrico”, en seres “inútiles, pasivos, desmovilizados, dependientes, perezosos, irresponsables, insociables y aún más y mejor sometidos, lo que transforma en simple pedigüeños, a los que en otras condiciones, habrían sido dignos y temibles combatientes por la justicia y la libertad  y hacer inmadura a la población adulta, pues quienes renuncian a vivir por sí mismos y desde sí mismos, delegando en las instituciones estatales, se hacen incapaces no sólo de hacer revoluciones sino ni siquiera de pensar en ellas porque la mentalidad y la practica de asistidos y tutelados tiende a anular lo sustantivo de la condición humana”. De igual modo, en el plano de la autoestima y la dignidad, para quienes aún mantenga intacta esta faceta de su personalidad, condenar a una persona desde la cuna hasta la tumba a ser un subsidiado no es un proyecto vital acorde a los principios humanos. En estas condiciones, el sujeto carece de la ayuda  para oponerse a sus propias fuerzas internas de desintegración, advertía Mumford, “debían proporcionarles, pero no les proporcionan, ni la familia, ni la propiedad, ni el respeto profesional, ni un sueldo bien ganado, ni un hogar identificable como suyo”. La pregunta clave a la que deberíamos responder entre todos es si nuestra ciudad puede satisfacer estas condiciones básicas para la continuidad social y la integridad personal de una población desproporcionada a las dimensiones de su territorio.

Mientras tanto, no cabe duda, que tendremos que seguir ayudando a quien lo requiere, desde la lógica prudencia y sin perder de vista que nuestro objetivo debe ser la satisfacción y renovación de la persona humana, para que fructifique en una vida abundante, cada vez más significativa, cada vez más valiosa, cada vez más profundamente experimentada y más ampliamente compartida.  El nuestro no es un problema de ricos y pobres, de cristianos y musulmanes, es tan sólo un problema humano, cuya solución pasa por un cambio de dirección hacia la persona y la adecuación de nuestros planes de vida individuales a una sociedad universal, en la que el arte y la ciencia, la verdad y la belleza, enriquezcan a la sociedad.

Llevados a esta altura de comprensión, en la que, a la vista está, algunos parecen incapaces de llegar, y movidos por estos propósitos humanos, en el futuro se tendrán que hacer cambios en la ocupación o en la retirada de la población. Algunas zonas escasamente ocupadas se beneficiarán por el aumento de población, y otras, como el caso de Ceuta y otras ciudades densamente ocupadas, deberán reducir su carga población para que la vida vuelva a brotar mediante el cultivo sistemático, en vez de la extracción imprudente y destructora.

* Artículo publicado en "El Faro" de Ceuta, bajo el nombre de Septem Nostra.

viernes, 12 de julio de 2013

48 HORAS CON MARIO VARGAS LLOSA

 Llevo unos cuantos días sin escribir en Facebook. Desde que el pasado viernes presentamos el último informe del Observatorio de la Sostenibilidad he andado muy atareado atendiendo a los medios de comunicación. Por si fuera poco, este fin de semana hemos tenido conocimiento de una verdadera matanza de tortugas marinas en la bahía sur relacionada con las artes de pesca allí instaladas con la autorización de la Delegación del Gobierno en Ceuta. Así que no nos ha quedado más remedio que tomar cartas en el asunto preparando escritos para remitirlos a la administración competente, recopilando información y sintetizándola para hacerla llegar a la opinión pública. Además de todo ello, no podíamos desaprovechar la oportunidad de asistir a los actos públicos en los que teníamos la oportunidad de escuchar al insigne escritor Mario Vargas Llosa.

            Respecto a la visita de Vargas Llosa a Ceuta, con motivo de la entrega  a su persona del Premio Convivencia, quisiera compartir con vosotros mi opinión. Tuve la oportunidad de asistir a la Charla-Coloquio organizada por la Biblioteca Pública de Ceuta en la que, junto al afamado premio Nobel, participaron algunos profesores de nuestra ciudad. La presentación y moderación de la mesa estuvo a cargo de José Antonio Alarcón, como director de la biblioteca municipal. Su actuación fue la que correspondía a un acontecimiento de esta categoría: breve, concisa y correcta. Si no recuerdo mal, fue el propio Vargas Llosa quien tomó la palabra para expresar su alegría por estar en Ceuta y para comentar sus primeras impresiones sobre la ciudad y sus gentes. El siguiente en intervenir fue el profesor de Lengua y Literatura Manuel Cantera. Pronunció su discurso de pie, dirigiéndose a Mario Vargas Llosa, en un tono elogioso, no inmerecido, pero si excesivo, empalagoso y forzado. No pude evitar acordarme de lo dicho por Walt Whitman, en su obra “Perspectivas Democráticas”, respecto a la disposición que debemos afrontar frente a personas del relieve de Vargas Llosa. Decía Whitman que se imaginaba, para este tipo  de ocasiones,  “a un hombre erguido, de dilatado pecho, tez lozana, voz musical y movimientos fáciles; ojos de mirada firme y calma al mismo par, y asimismo capaz de centellear; la presencia, en fin, que lo capacite para tratarse con los más encumbrados (porque sólo la naturalidad, y tan sólo la naturalidad, permite a un hombre alternar con presidentes o generales con el debido aplomo, y no la cultura, ni tampoco los conocimientos o dotes intelectuales de cualquier naturaleza)”. Y si algo le faltó al Sr. Cantera, con todo mi respeto, fue naturalidad y aplomo.

            Las palabras del profesor Cantera sirvieron de excusa a Vargas Llosa para hablar  de manera magistral sobre la escritura, la lectura y la vocación literaria. Para completar el apartado más literario de la charla, la profesora María Jesús Fuentes hizo una pregunta concisa y acertada, con una pequeña concesión poética, -como era de esperar-, respecto a la técnica de creación literaria de Vargas Llosa. La respuesta del escritor peruano fue muy interesante, ya que nos permitió conocer la metodología que utiliza para la creación de los personajes de sus novelas, el modo de relacionarlos y la construcción del armazón que sostiene sus obras literarias.

            El paso del turno de intervención al público dio un giro, no sé si estudiado y preparado, al campo de la política. La persona que intervino desde el patio de butacas preguntó, sin ambages, a Mario Vargas Llosa sobre la crisis que asola nuestro país. El cambio de discurso del literato fue notorio. Del discurso más académico y elevado bajó al habla coloquial, -sin perder la belleza y perfección de su oratoria-, para hablar de su visión de la crisis en España y hacer un reconocimiento expreso de los méritos de nuestro país. En mi opinión, cayó en el habitual error de elogiar una transición española que, si bien no fue violenta, dista mucho de ser modélica. Ahora más que nunca podemos ver con claridad que en este país siguen mandando los de siempre, sólo que ahora disfrazados de demócratas de toda la vida.

            El siguiente en participar fue el decano de la Facultad de Humanidades de Ceuta, Ramón Galindo. Para mí fue la mejor intervención de la noche entre los participantes de la mesa, al margen, claro está, de Mario Vargas Llosa. Hizo algo simple y a la vez inteligente. Para comentar la dimensión periodística de Vargas Llosa, Ramón Galindo echó mano de uno de los mejores artículos del reputado escritor latinoaméricano: “¿Y el hombre dónde estaba?”, publicado en “El País” en el año 2007. La simple referencia a este artículo despertó la alegría de Vargas Llosa. Una amplia sonrisa se le dibujó en  la cara. Ramón Galindo había acertado de pleno y sólo le basto leer algunos de los párrafos del artículo para suscitar un espontáneo y sentido aplauso del público. A partir de este instante, Vargas Llosa brilló con toda intensidad. Se sentía a gusto y se le notaba. Así que cuando el también profesor de secundaria Marcos López le preguntó por la banalización de la cultura, según expuso en uno de sus últimos libros, “La cultura del espectáculo”, se explayó de lo lindo. En este punto realizó una férrea defensa de la cultura occidental, resaltando sus muchos méritos y aportaciones al desarrollo de la humanidad. Cuando escuchaba estas palabras vino a mi mente un artículo que publicó Vargas Llosa a principios de este año en “El País” que tituló “Apogeo y decadencia de Occidente”. Mientras que lo recordaba, el moderador de la mesa volvió a dirigirse al público por si alguien quería hacer una pregunta a Vargas Llosa y no me lo pensé. Levanté la mano sin pensármelo dos veces.  Por un momento el moderador dudó, ya que al parecer, alguien de la primera fila, donde estaban sentadas las autoridades, hizo un sutil gesto indicativo de que también quería tomar la palabra. Sin embargo, yo me había adelantado y mi gesto con el brazo completamente desplegado fue visto desde toda la sala. Así que me concedió la palabra y pude hacer mi pregunta.

No recuerdo palabra por palabra lo que dije, pero sí el sentido de mi exposición. Le recordé  a Vargas Llosa el artículo al que me he referido  con anterioridad sobre los aportes de Occidente a la cultura mundial y le comenté que uno de los factores que explican, según su opinión, los logros del mundo occidental fue su capacidad de autocrítica. Una reivindicación del pensamiento crítico en Occidente que le dije había escuchado y leído a varios destacados intelectuales en los últimos tiempos. ¿Dirigida a quién? Según dije parecía que el mensaje se lanzaba al aire por si alguna cultura se daba por aludida y seguía  el ejemplo de occidente para salir del círculo vicioso en el que llevan encerrados desde hace siglos. Unas culturas que ni enfrentan la autocrítica ni son capaces de asumir la crítica externa que siempre la interpretan en términos de ofensa, ataque y discriminación, dando lugar a posturas victimistas y a un irreversible repliegue identitario. Por si a alguien aún le queda duda del propósito de mi intervención, terminé diciendo que el asunto del ejercicio de la autocrítica colectiva tenía especial sentido y significado en nuestra ciudad.

La respuesta de Vargas Llosa no me defraudó. De manera extensa expuso el largo proceso que empujó a Occidente a iniciar el camino del pensamiento crítico que nos ha conducido al actual desarrollo social, político, económico y científico. En opinión de Vargas Llosa la causa fundamental de la instauración del pensamiento crítico, hasta alcanzar cotas que calificó de autoflagelación, fueron los fenómenos de la secularización y el laicismo que tuvieron lugar en  Occidente a partir de la disolución del mundo medieval. La religión empezó a ocupar el lugar íntimo y personal que le corresponde, rompiendo las barreras mentales que hasta entonces habían limitado el progreso del hombre. No hacerlo así y seguir manteniendo a la religión en un lugar central y absoluto como defienden algunos credos religiosos es, según defendió Vargas Llosa, fuente de fanatismo, radicalismo, totalitarismo, dogmatismo e intolerancia y camino seguro a la violencia, la opresión y falta de libertad tanto de pensamiento como de acción. En su disertación estableció una relación clave entre democracia y pensamiento crítico. Una sin el otro no se entenderían. Basta recordar el célebre llamamiento socrático “Conócete a ti mismo”, una expresión que nos recuerda que el autoconocimiento y autoexamen  son pasos indispensables hacia la conformación de la ética individual y colectiva.

La última intervención fue la de María Bermúdez, quien preguntó a Vargas Llosa sobre el constante camino de ida y vuelta que mantiene en su obra entre su “exilio” europeo y su Perú natal. La contestación pienso que debería ser tenida en cuenta en una ciudad en la que prima el provincianismo de baja estofa. Vargas Llosa dijo, con gran acierto y sentido común, que para entender a la tierra natal y a sus gentes es necesario salir del restringido y cerrado círculo local para tomar perspectiva y ver la realidad desde un plano distinto al habitual. Con gran sentido del humor comentó que él no fue consciente de ser latinoamericano hasta que arribó a España.

No hubo tiempo para más. Ni siquiera el moderador tuvo tiempo para cerrar el acto. Aprovechando que el público se puso de pie para agradecer a Mario Vargas Llosa sus sabias palabras, el hizo lo mismo y emprendió, sin pensárselo dos veces, el camino hacia la salida. Los demás seguimos su ejemplo y entre el ir y venir de gentes hubo oportunidad de intercambiar impresiones con amigos y conocidos. Algunos, con toda la razón, se quejaban del calor reinante en la sala y de la cantidad de gente que permaneció de pie ante la falta de asientos libres. Una situación incomprensible contando con un amplio y confortable auditorio que se supone debe servir  precisamente para actos culturales de cierto relieve como una charla coloquio con el máximo representante en nuestros días de las letras hispanas. Todo para que la foto en los periódicos quedara bonita en el caso de que la afluencia de público no fuera la esperada.

Me fui a la casa exultante de alegría por haber escuchado a Mario Vargas Llosa y por haber tenido la ocasión de formularle una pregunta a tan importante escritor latinoamericano. Cuando caí en la cama no podía parar de darle vueltas a la cabeza a las profundas ideas que había escuchado de boca de Vargas Llosa en persona. Me costó conciliar el  sueño. No obstante, me relajé enseguida al pensar que al día siguiente podía volver a escuchar a Vargas Llosa en el discurso que a buen seguro iba a pronunciar después de recibir el Premio Convivencia.

La mañana del día siguiente fue tan intensa que apenas tuve tiempo de pensar en el acto de la tarde. A la hora prevista recogí a mis padres en las puertas de su domicilio y nos dirigimos al auditorio de la Manzana del Revellín. Una vez dentro ocupamos nuestros asientos en el anfiteatro desde los que disfrutamos de unas esplendidas vistas del escenario y del ambiente que se respiraba entre el patio de butacas. La actividad se concentraba en la zona de las primeras filas reservadas a las autoridades. Enternece el corazón ver lo mucho que se quieren entre ellos, contemplar la de besos y abrazos que se reparten con enorme generosidad. La llegada de Vargas Llosa, del que no se separaba el Presidente de la Ciudad,  Don Juan Vivas Lara, atrajo enseguida la atención de los fotógrafos y de aquellas autoridades, de menor y mayor rango, que no querían quedarse sin la foto dando la mano al premio Nobel de Literatura. Acto seguido, Vargas Llosa, Juan Vivas y Mabel Deu, Consejera de Educación y Cultura, tomaron sus asientos en el escenario: por un lado, el premiado; y en la mesa, las dos autoridades locales. La luz bajó de intensidad, se elevó el volumen de la música ambiental y entró en el escenario la presentadora de la gala, la periodista Susana Hevia. La maestra de ceremonias cuenta con cualidades indispensables para desempeñar con brillantez una responsabilidad de este calibre: belleza, simpatía, una bonita voz y una buena dicción. Susana Hevia supo hacer buen uso de estas cualidades para salir airosa de la difícil labor de presentar un acto presidido por las máximas autoridades de la Ciudad y por, nada más y nada menos, que un Premio Nobel de Literatura. El único pero que le podría fue en la excesiva insistencia en que todos dibujáramos una sonrisa en nuestra boca. Lo siento, no me gusto. Puede que fuera cosa del guión y que ella nada tuviera que ver con esta ridícula, -por insistente-, demanda de una sonrisa. Y es que no hay nada peor que una sonrisa forzada. Tampoco entendí la de veces que repitió, al final del acto, la frase “Feliz Ramadán”, cuando además sobraban dedos de una mano para contar los musulmanes que acudieron a la entrega del premio. A mí me parece estupendo que se felicite  a los ceutíes musulmanes por sus fiestas, faltaría más, pero daba la impresión que la organización deseaba a toda costa que los medios de comunicación recogieran esta felicitación dirigida a la comunidad musulmana.

El acto propiamente dicho comenzó con un video en el que latinoamericanos residentes en Ceuta felicitaban a Mario Vargas Llosa por el premio. Me pareció muy emotivo el gesto. Creo que llegó al corazón de los asistentes, por lo menos al mío. Seguidamente actuó un grupo folclórico que representó una danza típica de la localidad natal de Vargas Llosa. Si no me equivoco, a continuación proyectaron un video que contenía una sucinta biografía del escritor. El documental, con la voz y creo que también con el guión de José Manuel Domínguez, estaba muy trabajado. A mí me gustó bastante. Una de las mejores cosas que se vieron esa noche. Enhorabuena, por tanto, a José Manuel.

El discurso leído por Mabel Deu no estuvo mal. Un mérito que,  en todo caso, corresponde a su redactor. Si lo hubiera repasado la Consejera de Educación y Cultura ese mismo día a buen seguro habría eliminado la parte en la que se pedía a Vargas Llosa que escribiera algo sobre su experiencia en nuestra ciudad, sobre todo después de que la tarde antes, en la charla coloquio, comentara que le repelía cualquier tipo de solicitud expresa para que escribiera sobre un determinado asunto. Estoy convencido que Vargas Llosa, simplemente por agradecimiento, aprovechará la primera oportunidad que le surja para hablar de Ceuta. Ahora es posible que lo haga de mala gana y forzado por una solicitud innecesaria y contraproducente.

Y llegó el turno de Juan Vivas. Al principio se le notó nervioso, algo inédito en un personaje con sus tablas sobre el escenario político. Era perfectamente consciente que se dirigía a todo un premio Nobel de Literatura y quería pronunciar un discurso que fuera del agrado de Mario Vargas Llosa. Y tengo que decir que, en mi opinión, estuvo a la altura. Su discurso fue bastante equilibrado y alejado del triunfalismo a la hora de hablar de la convivencia en Ceuta. Supo distinguir entre los ideales y los hechos, además de alertar sobre los inestables y frágiles pilares sobre los que sustenta una convivencia que tiene más de ficción que de realidad. Me agrada observar que con el paso de los años el Sr. Vivas se permite, de vez en cuando, reconocer la verdad de los hechos.

Tras la intervención del Presidente de la Ciudad, la presentadora de la gala, Susana Hevia, procedió a la lectura del acta del jurado y a continuación se le hizo entrega a Mario Vargas Llosa de la escultura conmemorativa y del diploma acreditativo del premio. Una vez que terminó la pose para las fotos, Vargas Llosa se dirigió al atril sin un papel en la mano. Todo lo llevaba en su privilegiada cabeza. Noté en su andar y expresión algo de cansancio. Nada de extrañar a tenor de su edad y la apretada agenda a la que se ha tenido que ajustar en estos dos días de estancia en Ceuta. Creo que parte de este cansancio se notó en el tono de su discurso. No tuvo la intensidad y alegría de la tarde anterior. Puede que también influyera el ambiente más protocolario y serio que asiste a este tipo de galas. El hecho es que le faltó ritmo a la disertación y estuvo dándole vueltas a la misma idea y a los mismos conceptos durante buena parte de su intervención. Estos conceptos, importantes sin lugar a dudas, fueron los de tolerancia, convivencia y la crítica a la irracional defensa de las verdades absolutas. Cuando percibió que se había metido en un circunloquio, bello y profundo, pero un circunloquio, recordó que le habían dado el premio por su defensa de la emigración. Y se puso a soltar loas sobre los aspectos positivos de la emigración y su necesidad para el mantenimiento del bienestar en las sociedades más avanzadas, como la europea. Puso, como ejemplo, la emigración de los españoles durante la postguerra a Alemania, Francia o países latinoamericanos como México y Argentina. No obstante, introdujo el matiz de que estos flujos migratorios no podían ser salvajes ni libres de restricciones por parte de los países de acogida. A mí personalmente me pareció fuera de lugar una defensa tan genérica de la emigración en lugar como Ceuta, donde, muy a nuestro pesar,  nos hemos convertido en la primera línea de contención de la emigración irregular por tierra y mar. Hablar de lo positivo de la emigración, de su factor enriquecedor para la cultura y otras gaitas, lo considero un sarcasmo en un lugar desnaturalizado por la emigración desde hace setenta u ochenta años. No sé que le habrán contado al Sr. Vargas Llosa, pero si en algún lugar queda patente los riesgos de una emigración salvaje, sin control, para la convivencia y la cohesión social este sitio es Ceuta. Como nos recordó Lewis Mumford en su obra “La condición del hombre”, “el intercambio cultural exige un ritmo lento de intercambio y asimilación”, circunstancias que no se han dado en el que caso de nuestra ciudad.

Tampoco fue muy generoso Vargas Llosa al hablar de las vivencias que había tenido estos dos días en nuestra ciudad. No se le pedía que recitara el poema de López Anglada que tanto gusta a nuestro Presidente. Sí, ese de “Ceuta es un pequeña y dulce;..”, un precioso poema que algunos, de tanto escucharlo por boca del Sr. Vivas, estamos empezando a cogerle tirria. Pero al menos se lo podía haber esmerado un poquito para hacer un comentario sobre la ciudad, su luz, el mar, su gastronomía, el patrimonio, las gentes que tan amables habían sido con él, etc…Puede que lo esté reservando para el libro que Mabel Deu le ha pedido que escriba sobre Ceuta.

No quiero que se me entienda mal. Hay sido todo un placer contar con la presencia de Vargas Llosa en Ceuta. Escuchar su voz, disfrutar de su perfecta oratoria, aprender de su ejemplo moral y ético, reflexionar sobre sus mensajes, constituyen una de las experiencias más gratificantes de mi vida. Para quienes han estado atentos y disfrutan de una mente abierta y despierta, Vargas Llosa nos ha dejado a los ceutíes mensajes cargados de sentido y significado. Destaco, entre ellos, su llamamiento a la tolerancia y la convivencia, sus advertencias contra los colectivismos excluyentes y los defensores de las verdades absolutas, su defensa del laicismo y la secularización, la necesidad de mantener activo un pensamiento crítico y autocrítico, el cultivo de la cultura y la educación y, finalmente, la obligada reivindicación de los importantes aportes de Occidente a la humanidad, sin caer en actitudes prepotentes y etnocentristas. Nosotros, los ceutíes, o al menos una parte de ellos, somos herederos de una cultura que representa en muchos aspectos la suma de la realización humana, y en la medida en que ahora está amenazada por las fuerzas bárbaras, tanto desde adentro como desde afuera, debe abrevarse más vigorosamente en la fuente. Estos días hemos disfrutado de la encarnación, en la persona de Vargas Llosa, de los valores que han hecho posible el desarrollo de la civilización mundial. Un ser que ha alcanzado las cotas más alta de refinamiento intelectual, moral y ético al que puede llegar un ser humano. Un representante viviente del hombre y la mujer del Mundo Único que se resiste a nacer de entre las ruinas de nuestro decadente mundo basado en el crecimiento ilimitado y el desequilibrio interno del hombre. 



martes, 2 de julio de 2013

EL CAMINO HACIA LA VIDA


Miro por la ventana. Un tenue brillo solar deslumbra mis ojos, pero ilumina mi corazón. Siente ganas de andar, de emprender un camino. El camino de la vida. No conozco el destino y, sin embargo, no tengo miedo. Alguien por el que siento un profundo aprecio nos dejó este mensaje para quienes estamos decididos a emprender el camino de la vida.

“Días duros y amargas noches pueden todavía quedar por delante para cada uno de nosotros, y para la humanidad en su conjunto, antes de que venzamos a las actuales fuerzas de la desintegración. Pero  en todo el mundo  hay un tenue brillo de color en las ramas más altas, el brillo de los brotes que anuncian, a pesar de las heladas y las tormentas por venir, la llegada de la primavera: signos de vida, signos de integración, signos de una más profunda fe para vivir y de una próxima renovación general de la humanidad. El día y la hora estarán a la mano cuando nuestros propósitos individuales y nuestros ideales, reforzados por los de nuestros prójimos, se unan en un nuevo drama de la vida que servirán a otros hombres como nos sirven a nosotros. El camino que debemos seguir está inédito y cargado de dificultades; éste pondrá a prueba al máximo nuestra fe y nuestros poderes. Pero este es el camino hacia la vida y aquellos que lo sigan triunfarán”. Lewis Mumford, “La conducta de la vida”, 1952.