martes, 15 de octubre de 2013

RECUERDOS DE MI ABUELO

A pesar de los años transcurridos desde  la muerte de mi abuelo, aún mantengo viva su memoria. Cuando pienso en él, lo recuerdo sentando en su sillón, junto a la ventana, con un libro en la mano, su perro a los pies y la música clásica de fondo. Nunca fue a la Universidad. Siendo niño, dada su afición al estudio y la lectura, empezó a trabajar de contable en un comercio de Huelva. Tan pequeño era que siempre nos contaba como anécdota que, para alcanzar al escritorio, le ponían un cojín en la silla.
  
          Mi abuelo nació en Valverde del Camino (Huelva). No tuvo una infancia fácil, como la mayoría de los niños de su época. Un día  del año 36 a su tío Manuel vinieron a buscarlo a la casa y no regreso jamás. Apareció en una cuneta con un tiro en la cabeza, junto a otros jóvenes del pueblo.  A él le obligaron alistarse y lo mandaron a Tetuán, en agosto del año 1936. Al hacerle la ficha de alistamiento declaró que tenía conocimientos de contabilidad. Le hicieron una prueba que pasó satisfactoriamente y a los pocos días le destinaron a Ceuta, concretamente al Grupo de Regulares nº 3. Poco tiempo después, es destinado a la Plana Mayor como escribiente, hasta el 16 de julio de 1937 que es nombrado Alférez Provisional Honorífico Auxiliar de Contabilidad. Ocupó este puesto hasta principios de 1940, fecha en la que cae enfermo y tras su recuperación es licenciado de la vida militar. Nada más abandonar el ejército consigue trabajo como administrativo en la empresa Atlas S.A., dedicada a la distribución y venta de combustibles y lubrificantes. En esta empresa estuvo trabajando hasta su jubilación, retirándose como director y apoderado.


            Como comentaba al principio, a mi abuelo José María Rivera Alcaria le encantaba leer. Contaba con una pequeña, pero selecta biblioteca. Fue siempre una persona muy ahorrativa. La mayoría de sus libros eran de la económica colección Austral de la editorial Espasa-Calpe. Era también una persona ordenada. Contaba con un libro de notas donde tenía apuntados todos los libros que tenía y su posición en la estantería. Este libro me fue de gran ayuda cuando se despertó en mí la afición por la lectura. Algunas tardes visitaba a mi abuelo en su casa. El se tomaba su manzanilla y una torta de “Inés Rosales” y yo un cola-cao. Mi abuelo volvía a su sillón y yo me entretenía curioseando en la biblioteca. Siempre me decía: “mira lo que quieras, pero no me desordenes la estantería”.  Vale, abuelo, contestaba. Cuando encontraba alguno que me interesaba, le preguntaba: ¿Me lo prestas, abuelo? “Claro, hijo. Para eso están, para leerlos”.  Algunos de estos no regresaron a la casa de mis abuelos. Y mi abuelo nunca me los reclamó.  



Uno de los libros que aún conservo de mi abuelo era de uno de sus autores preferidos, el filósofo Julián Marías. La obra se titula  “El Oficio del Pensamiento” y constituye una recopilación de artículos dedicados a analizar la función del pensamiento. El artículo que da nombre al libro lo leído infinidad de ocasiones.  El otro volví a hacerlo, pero antes de cerrarlo y devolverlo a la librería, me dí una vuelta por sus páginas. Me detuve en un artículo denominado “Ataraxía y alcionismo”. Al hablar del alcionismo, -término que procede del mito del Alción-, comentaba Julián Marías una idea con la que coincido plenamente. Decía Marías que “el estado de incertidumbre y desorientación, “el no saber a qué atenerse” conduce con frecuencia, cuando el hombre se abandona a él, a la angustia. Cuando lo quiere evitar sin superarlo, cuando pretende obrar si supiera sin saber, sobre todo sin esforzarse por saber, cae en el fanatismo. El fanático se echa tierra en los ojos y trata de anular su confusión intelectual con una confusión emocional. Es el calamar que, para no ver que el agua está turbia, descarga su tinta. Angustia y fanatismo son dos de las dolencias capitales de nuestro tiempo”. Esto lo escribió Julián Marías en el año 1956, cuando todavía el terrorismo fanático no se había extendido por el mundo.


Poco a poco mi abuelo fue perdiendo la vista y tuvo que dejar de leer. Los últimos años de su vida fueron de un continuo lamento por la imposibilidad de ejercer el noble arte de la lectura. Su salud mental también se deterioró. Una imparable demencia senil fue borrando sus recuerdos y el sentido de las palabras que se acumularon en su mente durante toda una vida con un libro en la mano. Que yo sepa, nunca escribió. Tampoco hizo nunca alarde de su elevada cultura y de sus conocimientos. No hacía falta. Su porte, su mirada inteligente, la elegancia de su andar, su disciplina, su siempre impecable vestimenta, su cuidado aspecto, eran signos claros de su riqueza interior y el efecto tangible de su esmera formación autodidacta.

El verano antes de morir, fuimos a visitarlo al chalet que mis abuelos tenían cerca de Estepona. Por la tarde nos sentamos los dos solos en el porche. Ese día estaba especialmente lúcido dentro de su avanzada dolencia neurológica. Me preguntó por los estudios, ya que ese mismo año me había examinado de selectividad y estaba próximo a entrar en la universidad. Antes de que me diera tiempo a contestarle, calvo su mirada en mis ojos y me dijo: “José Manuel, espero que mantengas viva tu inquietud intelectual. Sigue leyendo. No lo dejes nunca. Confío mucho en ti”. Aún me emociono cuando recuerdo las palabras de mi querido y amado abuelo. Dicen algunos de mis familiares que cada día que pasa me parezco más a mi abuelo, tanto en lo físico como en lo personal. Esto me llena de satisfacción y alegría. Mientras que yo viva, mi abuelo vivirá, pues las personas no mueren mientras mantengamos vivo su recuerdo.


Mi abuelo confío en mí la antorcha del amor a la sabiduría y ahora me corresponde a mí trasmitirla a mis hijos. Todos los días tenemos que leerle a mi hijo Alejandro varios capítulos de alguno de los libros de su colección de Gerónimo Stilton. Hoy, mientras su madre le leía, he sentido muy presente el  recuerdo de mi abuelo Pepe. Descuida abuelo, la antorcha sigue encendida y su fuego arde con fuerza, agitada por la brisa de tu imborrable recuerdo.    


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