viernes, 12 de julio de 2013

48 HORAS CON MARIO VARGAS LLOSA

 Llevo unos cuantos días sin escribir en Facebook. Desde que el pasado viernes presentamos el último informe del Observatorio de la Sostenibilidad he andado muy atareado atendiendo a los medios de comunicación. Por si fuera poco, este fin de semana hemos tenido conocimiento de una verdadera matanza de tortugas marinas en la bahía sur relacionada con las artes de pesca allí instaladas con la autorización de la Delegación del Gobierno en Ceuta. Así que no nos ha quedado más remedio que tomar cartas en el asunto preparando escritos para remitirlos a la administración competente, recopilando información y sintetizándola para hacerla llegar a la opinión pública. Además de todo ello, no podíamos desaprovechar la oportunidad de asistir a los actos públicos en los que teníamos la oportunidad de escuchar al insigne escritor Mario Vargas Llosa.

            Respecto a la visita de Vargas Llosa a Ceuta, con motivo de la entrega  a su persona del Premio Convivencia, quisiera compartir con vosotros mi opinión. Tuve la oportunidad de asistir a la Charla-Coloquio organizada por la Biblioteca Pública de Ceuta en la que, junto al afamado premio Nobel, participaron algunos profesores de nuestra ciudad. La presentación y moderación de la mesa estuvo a cargo de José Antonio Alarcón, como director de la biblioteca municipal. Su actuación fue la que correspondía a un acontecimiento de esta categoría: breve, concisa y correcta. Si no recuerdo mal, fue el propio Vargas Llosa quien tomó la palabra para expresar su alegría por estar en Ceuta y para comentar sus primeras impresiones sobre la ciudad y sus gentes. El siguiente en intervenir fue el profesor de Lengua y Literatura Manuel Cantera. Pronunció su discurso de pie, dirigiéndose a Mario Vargas Llosa, en un tono elogioso, no inmerecido, pero si excesivo, empalagoso y forzado. No pude evitar acordarme de lo dicho por Walt Whitman, en su obra “Perspectivas Democráticas”, respecto a la disposición que debemos afrontar frente a personas del relieve de Vargas Llosa. Decía Whitman que se imaginaba, para este tipo  de ocasiones,  “a un hombre erguido, de dilatado pecho, tez lozana, voz musical y movimientos fáciles; ojos de mirada firme y calma al mismo par, y asimismo capaz de centellear; la presencia, en fin, que lo capacite para tratarse con los más encumbrados (porque sólo la naturalidad, y tan sólo la naturalidad, permite a un hombre alternar con presidentes o generales con el debido aplomo, y no la cultura, ni tampoco los conocimientos o dotes intelectuales de cualquier naturaleza)”. Y si algo le faltó al Sr. Cantera, con todo mi respeto, fue naturalidad y aplomo.

            Las palabras del profesor Cantera sirvieron de excusa a Vargas Llosa para hablar  de manera magistral sobre la escritura, la lectura y la vocación literaria. Para completar el apartado más literario de la charla, la profesora María Jesús Fuentes hizo una pregunta concisa y acertada, con una pequeña concesión poética, -como era de esperar-, respecto a la técnica de creación literaria de Vargas Llosa. La respuesta del escritor peruano fue muy interesante, ya que nos permitió conocer la metodología que utiliza para la creación de los personajes de sus novelas, el modo de relacionarlos y la construcción del armazón que sostiene sus obras literarias.

            El paso del turno de intervención al público dio un giro, no sé si estudiado y preparado, al campo de la política. La persona que intervino desde el patio de butacas preguntó, sin ambages, a Mario Vargas Llosa sobre la crisis que asola nuestro país. El cambio de discurso del literato fue notorio. Del discurso más académico y elevado bajó al habla coloquial, -sin perder la belleza y perfección de su oratoria-, para hablar de su visión de la crisis en España y hacer un reconocimiento expreso de los méritos de nuestro país. En mi opinión, cayó en el habitual error de elogiar una transición española que, si bien no fue violenta, dista mucho de ser modélica. Ahora más que nunca podemos ver con claridad que en este país siguen mandando los de siempre, sólo que ahora disfrazados de demócratas de toda la vida.

            El siguiente en participar fue el decano de la Facultad de Humanidades de Ceuta, Ramón Galindo. Para mí fue la mejor intervención de la noche entre los participantes de la mesa, al margen, claro está, de Mario Vargas Llosa. Hizo algo simple y a la vez inteligente. Para comentar la dimensión periodística de Vargas Llosa, Ramón Galindo echó mano de uno de los mejores artículos del reputado escritor latinoaméricano: “¿Y el hombre dónde estaba?”, publicado en “El País” en el año 2007. La simple referencia a este artículo despertó la alegría de Vargas Llosa. Una amplia sonrisa se le dibujó en  la cara. Ramón Galindo había acertado de pleno y sólo le basto leer algunos de los párrafos del artículo para suscitar un espontáneo y sentido aplauso del público. A partir de este instante, Vargas Llosa brilló con toda intensidad. Se sentía a gusto y se le notaba. Así que cuando el también profesor de secundaria Marcos López le preguntó por la banalización de la cultura, según expuso en uno de sus últimos libros, “La cultura del espectáculo”, se explayó de lo lindo. En este punto realizó una férrea defensa de la cultura occidental, resaltando sus muchos méritos y aportaciones al desarrollo de la humanidad. Cuando escuchaba estas palabras vino a mi mente un artículo que publicó Vargas Llosa a principios de este año en “El País” que tituló “Apogeo y decadencia de Occidente”. Mientras que lo recordaba, el moderador de la mesa volvió a dirigirse al público por si alguien quería hacer una pregunta a Vargas Llosa y no me lo pensé. Levanté la mano sin pensármelo dos veces.  Por un momento el moderador dudó, ya que al parecer, alguien de la primera fila, donde estaban sentadas las autoridades, hizo un sutil gesto indicativo de que también quería tomar la palabra. Sin embargo, yo me había adelantado y mi gesto con el brazo completamente desplegado fue visto desde toda la sala. Así que me concedió la palabra y pude hacer mi pregunta.

No recuerdo palabra por palabra lo que dije, pero sí el sentido de mi exposición. Le recordé  a Vargas Llosa el artículo al que me he referido  con anterioridad sobre los aportes de Occidente a la cultura mundial y le comenté que uno de los factores que explican, según su opinión, los logros del mundo occidental fue su capacidad de autocrítica. Una reivindicación del pensamiento crítico en Occidente que le dije había escuchado y leído a varios destacados intelectuales en los últimos tiempos. ¿Dirigida a quién? Según dije parecía que el mensaje se lanzaba al aire por si alguna cultura se daba por aludida y seguía  el ejemplo de occidente para salir del círculo vicioso en el que llevan encerrados desde hace siglos. Unas culturas que ni enfrentan la autocrítica ni son capaces de asumir la crítica externa que siempre la interpretan en términos de ofensa, ataque y discriminación, dando lugar a posturas victimistas y a un irreversible repliegue identitario. Por si a alguien aún le queda duda del propósito de mi intervención, terminé diciendo que el asunto del ejercicio de la autocrítica colectiva tenía especial sentido y significado en nuestra ciudad.

La respuesta de Vargas Llosa no me defraudó. De manera extensa expuso el largo proceso que empujó a Occidente a iniciar el camino del pensamiento crítico que nos ha conducido al actual desarrollo social, político, económico y científico. En opinión de Vargas Llosa la causa fundamental de la instauración del pensamiento crítico, hasta alcanzar cotas que calificó de autoflagelación, fueron los fenómenos de la secularización y el laicismo que tuvieron lugar en  Occidente a partir de la disolución del mundo medieval. La religión empezó a ocupar el lugar íntimo y personal que le corresponde, rompiendo las barreras mentales que hasta entonces habían limitado el progreso del hombre. No hacerlo así y seguir manteniendo a la religión en un lugar central y absoluto como defienden algunos credos religiosos es, según defendió Vargas Llosa, fuente de fanatismo, radicalismo, totalitarismo, dogmatismo e intolerancia y camino seguro a la violencia, la opresión y falta de libertad tanto de pensamiento como de acción. En su disertación estableció una relación clave entre democracia y pensamiento crítico. Una sin el otro no se entenderían. Basta recordar el célebre llamamiento socrático “Conócete a ti mismo”, una expresión que nos recuerda que el autoconocimiento y autoexamen  son pasos indispensables hacia la conformación de la ética individual y colectiva.

La última intervención fue la de María Bermúdez, quien preguntó a Vargas Llosa sobre el constante camino de ida y vuelta que mantiene en su obra entre su “exilio” europeo y su Perú natal. La contestación pienso que debería ser tenida en cuenta en una ciudad en la que prima el provincianismo de baja estofa. Vargas Llosa dijo, con gran acierto y sentido común, que para entender a la tierra natal y a sus gentes es necesario salir del restringido y cerrado círculo local para tomar perspectiva y ver la realidad desde un plano distinto al habitual. Con gran sentido del humor comentó que él no fue consciente de ser latinoamericano hasta que arribó a España.

No hubo tiempo para más. Ni siquiera el moderador tuvo tiempo para cerrar el acto. Aprovechando que el público se puso de pie para agradecer a Mario Vargas Llosa sus sabias palabras, el hizo lo mismo y emprendió, sin pensárselo dos veces, el camino hacia la salida. Los demás seguimos su ejemplo y entre el ir y venir de gentes hubo oportunidad de intercambiar impresiones con amigos y conocidos. Algunos, con toda la razón, se quejaban del calor reinante en la sala y de la cantidad de gente que permaneció de pie ante la falta de asientos libres. Una situación incomprensible contando con un amplio y confortable auditorio que se supone debe servir  precisamente para actos culturales de cierto relieve como una charla coloquio con el máximo representante en nuestros días de las letras hispanas. Todo para que la foto en los periódicos quedara bonita en el caso de que la afluencia de público no fuera la esperada.

Me fui a la casa exultante de alegría por haber escuchado a Mario Vargas Llosa y por haber tenido la ocasión de formularle una pregunta a tan importante escritor latinoamericano. Cuando caí en la cama no podía parar de darle vueltas a la cabeza a las profundas ideas que había escuchado de boca de Vargas Llosa en persona. Me costó conciliar el  sueño. No obstante, me relajé enseguida al pensar que al día siguiente podía volver a escuchar a Vargas Llosa en el discurso que a buen seguro iba a pronunciar después de recibir el Premio Convivencia.

La mañana del día siguiente fue tan intensa que apenas tuve tiempo de pensar en el acto de la tarde. A la hora prevista recogí a mis padres en las puertas de su domicilio y nos dirigimos al auditorio de la Manzana del Revellín. Una vez dentro ocupamos nuestros asientos en el anfiteatro desde los que disfrutamos de unas esplendidas vistas del escenario y del ambiente que se respiraba entre el patio de butacas. La actividad se concentraba en la zona de las primeras filas reservadas a las autoridades. Enternece el corazón ver lo mucho que se quieren entre ellos, contemplar la de besos y abrazos que se reparten con enorme generosidad. La llegada de Vargas Llosa, del que no se separaba el Presidente de la Ciudad,  Don Juan Vivas Lara, atrajo enseguida la atención de los fotógrafos y de aquellas autoridades, de menor y mayor rango, que no querían quedarse sin la foto dando la mano al premio Nobel de Literatura. Acto seguido, Vargas Llosa, Juan Vivas y Mabel Deu, Consejera de Educación y Cultura, tomaron sus asientos en el escenario: por un lado, el premiado; y en la mesa, las dos autoridades locales. La luz bajó de intensidad, se elevó el volumen de la música ambiental y entró en el escenario la presentadora de la gala, la periodista Susana Hevia. La maestra de ceremonias cuenta con cualidades indispensables para desempeñar con brillantez una responsabilidad de este calibre: belleza, simpatía, una bonita voz y una buena dicción. Susana Hevia supo hacer buen uso de estas cualidades para salir airosa de la difícil labor de presentar un acto presidido por las máximas autoridades de la Ciudad y por, nada más y nada menos, que un Premio Nobel de Literatura. El único pero que le podría fue en la excesiva insistencia en que todos dibujáramos una sonrisa en nuestra boca. Lo siento, no me gusto. Puede que fuera cosa del guión y que ella nada tuviera que ver con esta ridícula, -por insistente-, demanda de una sonrisa. Y es que no hay nada peor que una sonrisa forzada. Tampoco entendí la de veces que repitió, al final del acto, la frase “Feliz Ramadán”, cuando además sobraban dedos de una mano para contar los musulmanes que acudieron a la entrega del premio. A mí me parece estupendo que se felicite  a los ceutíes musulmanes por sus fiestas, faltaría más, pero daba la impresión que la organización deseaba a toda costa que los medios de comunicación recogieran esta felicitación dirigida a la comunidad musulmana.

El acto propiamente dicho comenzó con un video en el que latinoamericanos residentes en Ceuta felicitaban a Mario Vargas Llosa por el premio. Me pareció muy emotivo el gesto. Creo que llegó al corazón de los asistentes, por lo menos al mío. Seguidamente actuó un grupo folclórico que representó una danza típica de la localidad natal de Vargas Llosa. Si no me equivoco, a continuación proyectaron un video que contenía una sucinta biografía del escritor. El documental, con la voz y creo que también con el guión de José Manuel Domínguez, estaba muy trabajado. A mí me gustó bastante. Una de las mejores cosas que se vieron esa noche. Enhorabuena, por tanto, a José Manuel.

El discurso leído por Mabel Deu no estuvo mal. Un mérito que,  en todo caso, corresponde a su redactor. Si lo hubiera repasado la Consejera de Educación y Cultura ese mismo día a buen seguro habría eliminado la parte en la que se pedía a Vargas Llosa que escribiera algo sobre su experiencia en nuestra ciudad, sobre todo después de que la tarde antes, en la charla coloquio, comentara que le repelía cualquier tipo de solicitud expresa para que escribiera sobre un determinado asunto. Estoy convencido que Vargas Llosa, simplemente por agradecimiento, aprovechará la primera oportunidad que le surja para hablar de Ceuta. Ahora es posible que lo haga de mala gana y forzado por una solicitud innecesaria y contraproducente.

Y llegó el turno de Juan Vivas. Al principio se le notó nervioso, algo inédito en un personaje con sus tablas sobre el escenario político. Era perfectamente consciente que se dirigía a todo un premio Nobel de Literatura y quería pronunciar un discurso que fuera del agrado de Mario Vargas Llosa. Y tengo que decir que, en mi opinión, estuvo a la altura. Su discurso fue bastante equilibrado y alejado del triunfalismo a la hora de hablar de la convivencia en Ceuta. Supo distinguir entre los ideales y los hechos, además de alertar sobre los inestables y frágiles pilares sobre los que sustenta una convivencia que tiene más de ficción que de realidad. Me agrada observar que con el paso de los años el Sr. Vivas se permite, de vez en cuando, reconocer la verdad de los hechos.

Tras la intervención del Presidente de la Ciudad, la presentadora de la gala, Susana Hevia, procedió a la lectura del acta del jurado y a continuación se le hizo entrega a Mario Vargas Llosa de la escultura conmemorativa y del diploma acreditativo del premio. Una vez que terminó la pose para las fotos, Vargas Llosa se dirigió al atril sin un papel en la mano. Todo lo llevaba en su privilegiada cabeza. Noté en su andar y expresión algo de cansancio. Nada de extrañar a tenor de su edad y la apretada agenda a la que se ha tenido que ajustar en estos dos días de estancia en Ceuta. Creo que parte de este cansancio se notó en el tono de su discurso. No tuvo la intensidad y alegría de la tarde anterior. Puede que también influyera el ambiente más protocolario y serio que asiste a este tipo de galas. El hecho es que le faltó ritmo a la disertación y estuvo dándole vueltas a la misma idea y a los mismos conceptos durante buena parte de su intervención. Estos conceptos, importantes sin lugar a dudas, fueron los de tolerancia, convivencia y la crítica a la irracional defensa de las verdades absolutas. Cuando percibió que se había metido en un circunloquio, bello y profundo, pero un circunloquio, recordó que le habían dado el premio por su defensa de la emigración. Y se puso a soltar loas sobre los aspectos positivos de la emigración y su necesidad para el mantenimiento del bienestar en las sociedades más avanzadas, como la europea. Puso, como ejemplo, la emigración de los españoles durante la postguerra a Alemania, Francia o países latinoamericanos como México y Argentina. No obstante, introdujo el matiz de que estos flujos migratorios no podían ser salvajes ni libres de restricciones por parte de los países de acogida. A mí personalmente me pareció fuera de lugar una defensa tan genérica de la emigración en lugar como Ceuta, donde, muy a nuestro pesar,  nos hemos convertido en la primera línea de contención de la emigración irregular por tierra y mar. Hablar de lo positivo de la emigración, de su factor enriquecedor para la cultura y otras gaitas, lo considero un sarcasmo en un lugar desnaturalizado por la emigración desde hace setenta u ochenta años. No sé que le habrán contado al Sr. Vargas Llosa, pero si en algún lugar queda patente los riesgos de una emigración salvaje, sin control, para la convivencia y la cohesión social este sitio es Ceuta. Como nos recordó Lewis Mumford en su obra “La condición del hombre”, “el intercambio cultural exige un ritmo lento de intercambio y asimilación”, circunstancias que no se han dado en el que caso de nuestra ciudad.

Tampoco fue muy generoso Vargas Llosa al hablar de las vivencias que había tenido estos dos días en nuestra ciudad. No se le pedía que recitara el poema de López Anglada que tanto gusta a nuestro Presidente. Sí, ese de “Ceuta es un pequeña y dulce;..”, un precioso poema que algunos, de tanto escucharlo por boca del Sr. Vivas, estamos empezando a cogerle tirria. Pero al menos se lo podía haber esmerado un poquito para hacer un comentario sobre la ciudad, su luz, el mar, su gastronomía, el patrimonio, las gentes que tan amables habían sido con él, etc…Puede que lo esté reservando para el libro que Mabel Deu le ha pedido que escriba sobre Ceuta.

No quiero que se me entienda mal. Hay sido todo un placer contar con la presencia de Vargas Llosa en Ceuta. Escuchar su voz, disfrutar de su perfecta oratoria, aprender de su ejemplo moral y ético, reflexionar sobre sus mensajes, constituyen una de las experiencias más gratificantes de mi vida. Para quienes han estado atentos y disfrutan de una mente abierta y despierta, Vargas Llosa nos ha dejado a los ceutíes mensajes cargados de sentido y significado. Destaco, entre ellos, su llamamiento a la tolerancia y la convivencia, sus advertencias contra los colectivismos excluyentes y los defensores de las verdades absolutas, su defensa del laicismo y la secularización, la necesidad de mantener activo un pensamiento crítico y autocrítico, el cultivo de la cultura y la educación y, finalmente, la obligada reivindicación de los importantes aportes de Occidente a la humanidad, sin caer en actitudes prepotentes y etnocentristas. Nosotros, los ceutíes, o al menos una parte de ellos, somos herederos de una cultura que representa en muchos aspectos la suma de la realización humana, y en la medida en que ahora está amenazada por las fuerzas bárbaras, tanto desde adentro como desde afuera, debe abrevarse más vigorosamente en la fuente. Estos días hemos disfrutado de la encarnación, en la persona de Vargas Llosa, de los valores que han hecho posible el desarrollo de la civilización mundial. Un ser que ha alcanzado las cotas más alta de refinamiento intelectual, moral y ético al que puede llegar un ser humano. Un representante viviente del hombre y la mujer del Mundo Único que se resiste a nacer de entre las ruinas de nuestro decadente mundo basado en el crecimiento ilimitado y el desequilibrio interno del hombre. 



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