jueves, 6 de junio de 2013

PRIMER VIAJE AL REINO DE LA TOTALIDAD

Tras un día intenso dedicado a la lectura, la reflexión y la escritura me acuesto para dormir. Enseguida el cuerpo se relaja, pero la mente sigue acelerada. Han sido muchas horas de meditación y la inercia del pensamiento me impide descansar. Al instante mi mente comienza a esbozar una reflexión a modo de resumen de todo lo aprendido en el día. Gracias a la concentración en la idea de la totalidad empiezo a comprender la realidad de nuestra existencia. Vivimos inmersos en el caos. Somos una partícula que es movida por las ráfagas de la inmediatez y no tenemos un lugar al que asirnos para evitar golpearnos con los miles de objetos y otros individuos que flotaban a nuestro alrededor. Sentimos una gran desazón interior al no tener conciencia del espacio en el que nos movemos. Todo a nuestro alrededor está cubierto por una densa niebla que no nos deja ver más allá de nuestro cuerpo. Ocurre entonces que lo pensaba que se convierte en realidad. Me siento trasladado a este lugar imaginario, húmedo, invadido por una atmósfera impenetrable que me recuerda a las espesas nieblas veraniegas.

El miedo me atenaza y tras una infructuosa lucha por volver a la conciencia dejo de luchar con los vientos que me agitan y como recompensa empiezo  de nuevo a sentir mi cuerpo: primero las manos, luego los pies, el tronco, la cabeza, la propia piel….Noto que la sustancia que me rodea es la materia prima de mi propio cuerpo. Me siento parte de lo que antes consideraba elementos hostiles y comienzo a tomar conciencia de la totalidad. Al observar a los seres que pululan junto a mí,  me sorprendo al apreciar que son semejantes a mi recién revelada composición y fisonomía. Un sentimiento de fraternidad comienza brotar en mi corazón del que ahora siento sus constantes latidos con un ritmo que es el propio del cosmos. Ya no me considero separado, impenetrable y solo. Algo por encima de mi individual existencia, -el todo, Dios, el universo-, me une a todo lo que hasta ahora me parecía un caos imparable y fatigador.

…La espesa niebla comienza a disiparse. Siento como mi cuerpo se eleva impulsado por una fuerza misteriosa hasta un plano superior, desde el cual aprecio con claridad que el lugar donde hasta ahora residía  no era más que una pirámide invertida. En la base de la pirámide aún se concentran miles de almas errantes y objetos de los más diversos a los que estos seres quieren agarrarse como tabla de salvación y cuando lo consiguen no hacen más que arrastrarlos al fondo del abismo. Agitados por los vientos del caos, sin tener conciencia de que apenas le separan unos centímetros de las paredes que conforman su prisión, lanzan desesperados gritos de auxilios y claman justicia de forma separada provocando un ininteligible galimatías que no hace más que incrementar su desesperación.

            En este plano superior de la conciencia y el entendimiento encuentro a otros seres que me esperan con gesto amable y bondadoso. Sus nombres me resultan familiares: Ralph Waldo Emerson, Walt Whitman, William Blake, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, el sufí Hasan al-Basri, Buda, Lewis Mumford,  etc…Uno de ellos toma la palabra:

- Bienvenido, soy Waldo Frank y te hablo en nombre de quienes en el plano inferior somos denominados místicos. Quisiera explicarte cómo es la vida aquí. Los que hemos sido impulsados hasta este plano superior nos consideramos y nos tratamos como iguales, por tanto, estamos por encima de la fe,  de la justicia y de la injusticia, falsas hijas que han provocado esta separación entre los dos mundos que ahora puedes apreciar. Fíjate cómo esta separación del todo lleva a que la suerte de los residentes el plano inferior, al estar separada, sea presa de las oscilaciones del azar, la duda y la desesperanza. Aquí no sentimos la importancia individual, ni la compasión por nosotros mismos o por los demás, pues quienes nos vemos como una fase del todo no estamos nunca agobiados por el dolor, -si en algún momento nos sentimos vencidos-; o por la alegría, si en un momento la vida ilumina su gloria o inteligencia sobre alguno de nosotros. En este lugar estamos libre de la premura del tiempo, puesto que hemos aprendido que el tiempo es una dimensión de nuestra fase mortal, una función de la persona, que debemos aceptar con calma y amor, dentro de la imagen del todo intemporal.

- Lo que me dices me resulta extraño, pues en el lugar de donde procedo flotamos como átomos independientes y nuestro ser interior se encuentra desgajado en miles de piezas de un puzzle que no conseguimos encajar.

Al decir esto, toma la palabra otra persona cuya voz y rostro me resultan familiares. No sé si sabes quien soy. Me llamo Lewis Mumford. Y sí, soy el responsable de que estés aquí. El azar que reina en el Reino del Caos del que todos procedemos quiso que cayera en tus manos uno de mis libros. Nosotros tenemos por costumbre lanzar desde este altozano nuestros libros para descubrir candidatos a formar parte de este Reino de la Totalidad. Algunos tienen la suerte de que les caiga alguno de ellos a su alrededor, pero la mayoría los desprecian. Prefieren aferrarse a cosas superfluas como las televisiones, los móviles y cosas parecidas. De entre quienes nos leen no todos llegan a entender nuestro mensaje.

- Le interrumpo, con lágrimas en los ojos de emoción al poder hablar con quien considero mi maestro, ¿Cuál es el mensaje?

- A lo que me contesta Mumford. Lo sabes perfectamente. Si no fuera así nunca habría llegado hasta aquí. En cualquier caso, siempre es bueno recordarlo. El mensaje es que “el todo está siempre dentro del foco de sus partes. Un todo que es expresado solo mediante condiciones particulares. Cada condición particular es, a la vez, única y universal. Y ser una parte así condicionada, como son todos los hombres, no significa servidumbre más que cuando el hombre carece de la ley del todo, del que forma parte y que hace real su participación”. Todos los que hoy te hemos salido a recibir y otros que se encuentran recibiendo a otros recién llegados, cuyos nombres te sonarán (Goethe, Dickens, Víctor Hugo, Whitehead, Patrick Geddes, Ebenezer Howard, Henry Wright, tu paisano Gaudí,…), formamos parte del ejercito de los organicistas que desde el Reino de la Totalidad luchamos contra las fuerzas del complejo del poder, conocidos como los mecanicistas, que quieren mantener y acrecentar el Reino del Caos.

- ¿Y que puedo hacer yo?, pregunté.

- En parte ya lo estas haciendo con tus escritos que seguimos con interés. Necesitamos que seas constante. A lo que añade Waldo Frank: sabemos que habrá momentos en que te veas aislado y atacando de frente el impenetrable caos de cien millones de seres. Pero, por mucho que sufras, debes seguir adelante. No hay otro camino para ti. Recuerda que nadie nace si no está destinado a nacer. Ten en cuenta que no estás solo. Si miras dentro de ti con ojos bien abiertos, conocerás que la soledad no existe, porque llevas el cosmos dentro de tu persona y eres el heredero, como el resto de tus congéneres, de la totalidad del pensamiento humano. Al aceptar tu condición de mortal, has empezado a tomar conciencia de otros hombres que viven la misma vida que tú. En el destino está escrito que formareis un grupo de acción. Nosotros maniobramos desde el Reino de la Totalidad para favorecer que entréis en contacto. Acércarte a quienes, antes que tú han tenido una visión de la totalidad y han entendido y aceptado su misión.   

Me corresponde a mí, como tu alumbrador y guía, darte un último consejo, dice Lewis Mumford. Lo escribí para ti y para otros como tú. Cuando vuelvas al Reino de Caos busca el libro que siempre tienes entre tus manos: “la conducta de la vida” y lee su últimos párrafos, allí encontrarás la respuesta.

- Pero, ¿Qué debo hacer?...

-          Sí, ¿Qué pasa?

-          Son las ocho. Es hora de despertar a Alejandro y prepararlo para ir al colegio.

-          Espera, Silvia. Estoy un poco aturdido. He tenido un sueño muy profundo. Déjame que vaya un momentito al servicio para echarme agua en la cara y a ver si así me espabilo.

-          Vale, pero no te entretengas.

Al mojarme el rostro recuerdo la parte final del sueño y recuerdo las últimas palabras de  Mumford. A pesar de la advertencia de mi mujer, llego a la biblioteca y cojo el libro de que me habló en sueños Lewis Mumford. Con ansiedad paso las páginas hasta llegar al final y mis ojos escrutan las letras:

“Días duros y amargas noches pueden quedan todavía por delante para nosotros de manera individual, y para la humanidad en su conjunto, antes de que venzamos a las actuales fuerzas actuales de la desintegración. Pero por todo el mundo se aprecia un tenue brillo de color en las ramas más altas, el brillo de los brotes que anuncian, -a pesar de las heladas y las tormentas por venir-, la llegada de la primavera: signos de vida, signos de integración, signos de una más profunda fe para vivir y de una próxima renovación general de la humanidad. El día y la hora están a nuestra mano cuando nuestros propósitos individuales e ideales, reforzados por nuestros vecinos, se unan en un nuevo drama de la vida que servirá a otros hombres como sirven a nosotros mismos. El camino que debemos seguir está inédito y cargado de dificultades; éste pondrá a prueba al máximo nuestra fe y nuestros poderes. Pero este es el camino hacia la vida, y aquellos que lo sigan triunfarán”. 

Miro por la ventana. La luz entra con fuerzas en mis ojos e ilumina mi corazón. La primavera que pronosticaba Mumford que llegaría la siento con fuerza. Las semillas que dejaron plantadas los organicistas están comenzando a brotar. Nuestra misión es cuidar estos brotes que anuncian la llegada de la primavera, regarlas con las aguas renovadas de nuestro tiempo y con las flores que den comenzar a dibujar un nuevo jardín que anuncie la renovación de la vida. Cuando vuelvo la vista al interior de la casa me encuentro con la sonrisa de mi pequeña Sofía. Ella representa el nacimiento de esta primavera que durante tanto tiempo esperábamos que llegara para hacer posible un mundo nuevo.

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