viernes, 31 de mayo de 2013

UN PROPÓSITO RENOVADO PARA NUESTRA JUVENTUD


Observo con preocupación el nihilismo en el que están inmersos muchos jóvenes. La falta de perspectivas laborales vacía de contenido y sentido una existencia cuyo propósito, le dicen padres y profesores, es conseguir un título académico que les permita alcanzar el éxito profesional y económico. Nuestros jóvenes, que de tontos no tienen un pelo, han llegado al convencimiento de que completar los estudios no es garantía para obtener un trabajo digno y bien remunerado, al menos en nuestro país. Cuando todo el propósito vital se dirige al éxito económico, el tener más que el ser,  no nos debe extrañar que al verse frustradas estas expectativas se dejen arrastrar por el “presentismo” y la desesperanza. Necesitamos, por tanto, dibujar un propósito más elevado que el simple logro económico. Los griegos eran plenamente conscientes de esta necesidad y les dieron a sus jóvenes un plan de vida cuyos fines estaban recogidos en el juramento que hacían todos los efebos cuando alcanzaban la edad adulta. Dice así:

“Nunca deshonraremos a ésta, nuestra Ciudad, con acto alguno de deshonestidad o cobardía, ni nunca abandonaremos a nuestros camaradas que aguantan en las filas.

Combatiremos por los ideales y cosas sagradas de la Ciudad, a solas y con muchos.

Respetaremos y obedeceremos las leyes de la Ciudad y haremos cuanto esté a nuestro alcance para suscitar un  respeto y una reverencia iguales en aquellos que están por arriba de nosotros y que podrían anularlas o reducirlas a nada.

Nos esforzaremos incesantemente por promover el sentido del deber cívico en el público.

Así, en todas estas formas, transmitiremos esta Ciudad, no sólo menor sino mayor, mejor y más hermosa de lo que nos fue transmitida a nosotros”.
 
 

martes, 28 de mayo de 2013

MANIFIESTO DE UN SOÑADOR INCORREGIBLE

Es mucho lo que desconocemos de la historia de Ceuta, al menos para los profanos en el conocimiento histórico. En los libros eruditos y científicos figuran muchas referencias a la Ceuta islámica. Precisamente, revisando el extraordinario libro “Introducción a la historia universal (al-Muqadima) de Ibn Jaldún, he encontrado un interesante comentario a una curiosa “Tabla del Universo” escrita por el sabio ceutí al-Sabti. Dice así: “…Entre las ramas de la ciencia de la simiya está, según los sufíes, la que consiste en deducir las respuestas a las preguntas formuladas, de las relaciones que muestran las palabras atendiendo a las letras que las forman. Imaginan que éstas constituyen el fundamento para conocer los acontecimientos futuros a los que intentan acceder, pero se trata sólo de algo semejante a los juegos de enigmas y a los problemas capciosos.
            Quienes se dedican a esto han tratado extensamente sobre la materia, y entre lo más amplio y destacado de ello está la Tabla del Universo de al-Sabti. Sobre esta tabla se conserva un poema que comienza con estos versos:

“Dice un humilde ceutí que alaba a su señor
Y sirvió a quien sirvió de guía a las gentes, es decir
a Muhammad, el que fue enviado, “el sello de los profetas”;
y pide que Dios muestre su complacencia a sus Compañeros
y a quienes tras ellos vinieron.

Ésta es la Tabla del Universo
Que podéis ver con vuestros sentidos y que con el intelecto se
mostrará clara.

Quien sepa cómo se compone, conocerá su cuerpo
y comprenderá las leyes que vienen de lo alto.
Quien comprende “lo que une” obtendrá la fuerza
y alcanzará el temor de Dios y todo lo que alcanzarse puede..
En el mundo del poder ciertamente lo verás.
Ésta es la estación de quien alcanza la perfección por medio de las letanías;

…..”

El poema continúa con la descripción de la tabla y la manera de componerla. Para los tengan interés en conocer con detalle cómo era “La Tabla del Universo” no tienen más que acercarse a la Biblioteca Municipal y solicitar el ejemplar de la “Introducción a la Historia Universal” de Ibn Jaldún. Mi intención con la reproducción de este fragmento de la obra del sabio al-Sabti es llamar la atención sobre el interés de un patrimonio por explorar, estudiar y difundir. Un patrimonio que no ha sido suficientemente reconocido por el complejo del poder (político, económico y académico) y que debe ser puesto en valor con un elemento indispensable para la recomposición de la identidad colectiva de los ceutíes.
Si demostramos inteligencia colectiva tendremos que resaltar de nuestra dilatada historia aquellos episodios, personajes y obras que permiten avanzar en la construcción de un futuro provechoso para todos los ceutíes con independencia de su etnia, religión, sexo o cultura. Ceuta fue una ciudad que destacó por sabios como al Sabti, el poeta Muhammad Ibn Faray, el geógrafo al Idrissi o el filósofo Ben Yehuda. La ciudad en la que muchos ceutíes soñamos es en un centro de referencia en el campo de la cultura, la investigación histórica, la ciencia, el arte, las humanidades, la espiritualidad, etc..
            Ceuta puede convertirse en el lugar donde florezca una nueva humanidad, un nuevo tipo de ser humano equilibrado, pleno y con visión universalista. Las posibilidades que tenemos al alcance en nuestro presente para construir un futuro distinto son infinitas. Todo depende de nuestra voluntad y nuestro esfuerzo. Necesitamos atender aspectos aquellos de la personalidad que permiten la realización de la vida. Las necesidades más importantes que permite este desarrollo son aquellas que estimulan la actividad espiritual  y promueven el crecimiento espiritual: la necesidad de orden, continuidad, significación, valor, objetivos y designios; necesidades de las que han surgido el lenguaje y la poesía, la ciencia y el arte, la espiritualidad y la religión. La más profunda, la más orgánica, de estas elevadas necesidades es el amor.
            Debemos limpiar nuestros ojos de las telarañas que impide ver a los demás con claridad, sin prejuicios, resentimientos y recelos. Ver a un hombre o a una mujer con las mismas aspiraciones, necesidades y sentimientos. Una persona que ama y es amado; que sufre y es consolado; que quiere a su tierra y esta dispuesto a luchar por ella.
            Como dice el filósofo español Emilio Lledó,  es cierto que los seres humanos podemos tener una tendencia hacia el mal, pero también hay una tendencia hacia el bien. La tendencia hacia la generosidad, hacia el amor, es mucho más importante que hacia la violencia y el crimen. Esa idea de que el hombre es un lobo para el hombre es falsa. La fuerza del amor, de la generosidad es mucho más potente que el mal. El día que renunciemos a esa lucha de creer en estos ideales, ya no merecerá la pena vivir.
            Al leer estas sentidas palabras muchos pensarán que soy un soñador. Y me enorgullece que puedan pensar esto de mí. Como dejo escrito el considero mi maestro, el pensador Lewis Mumford, “este es un periodo en que el solo los soñadores son hombres prácticos. Por lo mismo, los llamados hombres prácticos se han convertido en creadores y perpetuadores de pesadillas, porque en su tentativa de arrastrarse hacia las ruinas del pasado inmediato han condenado a la sociedad a la frustración, a la esterilidad y a la barbarie salvaje”.

domingo, 26 de mayo de 2013

EL ESPÍRITU EXPANSIONISTA Y EL TRASPASO DE CARACTERES EN LA ESPAÑA MEDIEVAL

Reflexionando sobre los principios ideológicos que impulsaron la conquista portuguesa de Ceuta y, en general, el afán expansionista que demostraron los reinos cristianos a partir del siglo XV, recordé una brillante interpretación de Waldo Frank sobre las causas de esta transformación desde unos reinos territoriales de límites seculares hasta su conversión en un imperio donde “nunca se ponía el sol”. En opinión de Frank el ansia de conquista fue una traspaso del carácter guerrero y expansionista del Islam a los cristianos  durante los siete siglos que duró la reconquista de la Península Ibérica. Según W. Frank “la naturaleza del Islam es precisamente la del explorador. Las virtudes del explorador -los movimientos, la violencia, la adquisición y la conquista-conservan la Idea de las razas del desierto que se mueven siempre hacia los horizontes. Cuando la idea del Islam entra en España y cuando arraiga en tierras andaluzas, levantan una cultura casi sin semejante, cuyo origen espiritual es opuesto esencialmente a la idea del Islam, puesto que la idea del Islam no puede echar jamás raíces”.
“Mahoma y sus capitanes no conocieron este mundo que  envía sus resplandores desde Córdoba, y de haberlo conocido, no lo habrían encontrado de su gusto. El Profeta habría tronado: “Esto es blasfemia y derrota, esto es separarse de los mandamientos de Alá. En vez de inventar nuevas formas de esplendor para vuestras mezquitas, debíais avanzar. ¿Cómo? ¿Vosotros pactando con los judíos? ¿Vosotros tolerando a los cristianos y consistiendo que sus monasterios se levanten en el Islam? ¿Vosotros estudiando a Aristóteles, cuando el Corán contiene toda la sabiduría? ¿Vosotros consintiendo escuelas que explican la creación del mundo por  las leyes naturales, cuando yo os he enseñado que fue creado por la mano de Alá?. Pero si Mahoma era sabio. Sabía que la naturaleza del árabe, la Idea del Islam y la conducta del pueblo debían de ser una, porque de otro modo la Idea moriría. Pero si Mahoma era sabio, este reino del sur de España era un reino iluminado. Los judíos colaboraron con el Gobierno en las ciencias y en el arte; los cristianos trajeron sus misterios y su música, se permitía la vida conventual, se desenvolvió una arquitectura nueva, y la poesía y el pensamiento florecieron como la hierba de los campos”.
            “¿Qué fue del Islam? La idea que había nacido en el desierto había sido arrancada de la vida del desierto, al acomodarse el Islam en esta alegre tierra meridional. La vida aflojó los rígidos lazos de la fe y se acomodó a nuevas formas, de acuerdo con su nueva actitud. El Islam, cuya vida era la guerra, deseó la paz. Mientras que esto sucede en el sur, donde ha abandonado la Idea del Islam, continúa luchando en el norte, de modo que mantiene  la Idea –su carácter y naturaleza- y ¡se la traspasa al enemigo cristiano!. Los cristianos del norte, luchando continuamente con el Islam, viven siempre más cerca de la Idea del Islam. La guerra es un abrazo fértil, como el amor. Se cruzan en ósmosis cristianos y  musulmanes, y llega un día en que los católicos guerreros del norte, con un rigor verdaderamente islámico, hacen presa sobre los delicados musulmanes del sur, que tienen que buscar en África musulmanes poseídos de la Idea del Islam para poder resistir a los cristianos del norte. Y la guerra es interminable, porque es interminable, porque no es una guerra de sangre, sino de almas”.
            Impregnados del nuevo espíritu guerrero traspasado por los musulmanes, los cristianos no se conformaron con expulsar a los seguidores del Islam de la Península, sino que emprendieron una política expansionista que experimentaron en África, comenzando por Ceuta, y desplegaron con todo fragor más allá del Atlántico.  Según esta sugerente interpretación de Waldo Frank, algo extraño sucedió en territorio hispano. Mientras que la Idea del Islam se pacificó en el sur y dio lugar a un esplendor cultural y artístico sin parangón, en el norte los reinos cristianos hicieron suyo el carácter belicoso y expansionista del Islam que les llevó no sólo a conseguir expulsar a los cultivados y finos habitantes de Al Andalus, sino a emprender un amplio programa de conquista que les llevó por África, América y toda Europa.

viernes, 24 de mayo de 2013

DE LA CULTURA DEL NUEVO MUNDO A LA DEL MUNDO ÚNICO


Uno de los aspectos que caracteriza al discurso de la élite ceutí es su excesivo provincianismo. La Ciudad de Ceuta decidió hace tiempo embarcarse en la conmemoración del sexto centenario de la conquista portuguesa de la ciudad, acontecido en 1415. Desde su anuncio se ha desatado una agria polémica política entre el gobierno y la oposición a cuenta de este acontecimiento y de la fundación que se ha constituido para organizar este evento conmemorativo. Unos y otros, enfrascados en su particular lucha partidista y carente de una mínima perspectiva histórica, ignoran la importancia que para el desarrollo de la civilización occidental tuvo el inicio de la expansión ultramarina que arrancó con la conquista lusitana de Ceuta. A partir de este hecho histórico, el espíritu dominante en la Europa occidental paso a ser el de la expansión y la aventura.

            El hombre occidental, según comenta Mumford en su obra “la condición del hombre”,  “perdió el respeto por los límites: lo desconocido, lo no hallado, lo ilimitado empezó a tentar su imaginación y a liberar sus instituciones”. En apenas un siglo, la tradicional concepción medieval del tiempo y del espacio experimentó un drástica transformación. Al mismo tiempo que los barcos desplazaban la línea del horizonte, la mente de estos intrépidos navegantes escapaba de los confinados límites de su visión espacial. De igual modo, el inició de la era de los descubrimientos ayudó a crear un nuevo ideal de la personalidad humana, cuyos deseos, ya no encerrados en sueños, obraban sobre el mundo exterior como voluntad pura. Como consecuencia de este  fenómeno, “el hombre exterior conquistó, pero el hombre interior abdicó”.

            Las cosas empezaron a hacerse de forma diferente. Por primera vez se hizo posible pensar en un principio nuevo, descartando todos los dogmas, las prescripciones y costumbres existentes, tratando de cimentar un orden social  mejor sobre la base de observaciones sin trabas y experiencias racionales. Los cimientos que sostenían el orden establecido empezaron a ceder. Pronto el edificio cedió abriendo la posibilidad de un nuevo mundo en lo social y lo político. El dibujo de este Nuevo Mundo correspondió a los escritores utópicos como Tomas Moro. Parte no pequeña de lo que Moro formuló en el siglo XVI, y plasmó en su célebre “Utopía”, se convirtió en el programa activo de los movimientos democrático y socialista que tomaron forma en el siglo XIX.

            La apertura de un Nuevo Mundo tuvo un efecto profundo sobre la personalidad humana. A partir de estos momentos empiezan a surgir un nuevo ser humano, el hombre disociado. Este nuevo ser, ante los horizontes que se le presentaban, pudo fácilmente romper con los vínculos que le unían a su lugar de nacimiento, a las tradiciones de su tierra, al grupo humano en el que creció, e incluso a su más íntimo círculo familiar. La disociación de la que hablamos se dio en dos planos: el espacial y el temporal. Como fruto de esta huida de la hasta entonces limitada esfera personal surge, por el lado espacial, el viajero, el aventurero, el colono; y por el lado temporal, aquellos que pretenden escapan del hic et nunc (el aquí y ahora), el arqueólogo, el historiador y el amante de las antigüedades. La ruptura con los referentes tradicionales afectó a la propia personalidad del ser humano iniciando un proceso de desintegración que, como Mumford describe, hizo que el hombre exterior floreciera, pero se replegara el hombre interior, provocando unas series lesiones en la estructura social.

            De las disociaciones antes comentadas que estableció el hombre del Nuevo Mundo, quizá la de mayor impacto fue su alejamiento de la comunidad. Las fuertes alianzas personales y sociales del periodo medieval fueron sustituidas por elementos artificiales de cohesión que impuso unos estados cada vez más poderosos y omnipotentes. No es, pues, casualidad, como comenta Mumford, “el que una edad que se jactaba de su libertad, su individualismo, su desprecio de los lazos históricos y los tradicionales deberes cívicos, haya sucumbido al absolutismo y ampliado el reino de lo uniforme. El impulso hacia la ilimitada afirmación del ego, fue reprimido por un idéntico impulso de conformidad servil. Abandonando la búsqueda de la unidad espiritual, el individuo atómico aceptaba la uniformidad mecánica”.

El principal argumento a la que echan mano quienes promueven y defienden la conmemoración del sexto centenario de la conquista portuguesa de  Ceuta es que, con este episodio histórico, nuestra ciudad entre “en la era moderna”. El concepto de hombre moderno debe ser tomado como denominación histórica que cubre un tipo de existencia, un modo de pensamiento y vida social, de un nuevo ego y superego que es cierto comienza a conformarse en las primeras décadas del siglo XV.

El término “moderno” fue empleado para que los nuevos postulados sociales, políticos y culturales de ese periodo  marcaran distancia con los de tiempos precedentes, por tanto, esta palabra fue considerada un apelativo elogioso. La misma palabra moderno viene de un vocablo latino que quiere decir “ahora mismo”. Ser moderno significa, por lo tanto, estar a la moda, lo que supone descartar el pasado, como hoy día hacemos con la ropa de la pasada temporada. En este viaje que aún continúa, al término “moderno” le acompañaron otros como cambio, innovación y progreso. Con estos nuevos pertrechos, el hombre del Nuevo Mundo cambió su antigua fe por el culto a la novedad constante. Con un simple vistazo al calendario podía el hombre establecer el valor de los objetos y las instituciones que le rodeaban. Lo antiguo fue considerado sinónimo de anticuado y lo moderno de lo mejor.

Desde el punto de vista ideológico el hombre fue un auténtico esperpento. Un ser conformado única y exclusivamente para la expansión. La aceleración de la velocidad y la conquista de nuevos territorios se convirtieron en una obsesión. Su mente se adoptó a un modelo de abstracciones que giran en torno al tiempo, el poder y el dinero tomados por principios cuantitativos ilimitados. El propósito vital de estos hombres, de los que somos herederos, fue incrementar el poder, la velocidad, el dinero y ganar tiempo. Todo lo que queda fuera de estos principios y no podía cuantificarse dejo de ser real. El mundo subjetivo fue enviado al mismo rincón en el que se acumulaban todo aquello considerado trasnochado por este ser dominado por el pensamiento mecanicista.  

El hombre moderno, en definitiva, era un ser acondicionado mentalmente para la conquista del mundo exterior. Su imaginación, sueños y fantasías consistían en obtener un poder ilimitado que liberaría al hombre de todo tipo de esfuerzo físico e incluso mental. Pero después de seiscientos años de denodados esfuerzos, podemos observar que tales pretensiosas aspiraciones aún residen en el mundo de las ilusiones  A pesar de sus máquinas, millones de seres humanos se muere de hambre en medio de la abundancia; a pesar de sus conocimientos científicos, la civilización ha dado evidentes muestras de barbarie como las dos guerras mundiales que asolaron el mundo durante la primera mitad del siglo XX o las que en hoy día continúan por otros puntos del orbe.

Puestos en el presente, aunque la mayoría de la ciudadanía no lo percibe, la edad de la expansión, o en términos económicos de crecimiento, está cediendo el paso a una edad del equilibrio. Muchos se resisten a reconocer que el periodo del crecimiento económico, de la expansión territorial, poblacional e industrial ha terminado. Paradójicamente, la constatación de su inevitable fin se puede observar con claridad en uno de los lugares donde la era de la expansión comenzó, en Ceuta. Nuestra ciudad ha llegado al máximo de su capacidad de crecimiento urbanístico, poblacional y económico. Los desequilibrios entre energías naturales y vitales, entre población y recursos disponibles, entre capacidad del tejido productivo y demanda de empleo, entre viviendas, equipamiento e infraestructuras son extremos. Corregir estos desequilibrios no va a ser fácil, si es que alguna vez se emprende esta ardua y compleja tarea.

            No quisiéramos terminar este artículo sin dejar un mensaje esperanzador, sin proponer un reto colectivo. Si hacemos un diagnóstico de la actual situación local, nacional y mundial en términos puramente racionales no parece quedar demasiado margen para la esperanza. Aunque nuestro futuro está necesariamente condicionado en parte por nuestro pasado y en esa medida es ya presente, no podemos predecir que sectores de nuestra herencia entrarán a desempeñar un papel activo, porque esto depende cada vez de los ideales y fines que nosotros proyectemos al futuro.

            La entrada de Ceuta en la llamada “era moderna” fue violenta e irracional, movida por interés económicos e ideológicos contrarios a la esencia del ser humano. Fue donde todo comenzó y donde primero va a terminar. Si tenemos la suficiente capacidad analítica y la necesaria confianza en la humanidad, Ceuta puede ser también el escenario donde surja la definitiva transformación del hombre. Una nueva cultura que nos conduzca desde la cultura del Nuevo Mundo y la expansión, a la del Mundo Único y el equilibrio. Una nueva civilización que gire en torno a los conceptos del hombre equilibrado, el grupo autogobernado y la comunidad universal. A pesar de la crisis y de todos los sufrimientos que padecemos, la esperanza debe permanecer. Incluso si la crisis sigue presente durante un largo periodo de tiempo, no podemos demorarnos en prepararnos para la renovación de la vida. El camino  que debemos sigue siendo “Terra Incognita”, un terreno inexplorado y cargado de dificultades; éste pondrá a prueba al máximo nuestra fe y nuestros poderes. Pero este es el camino hacia la vida, y aquellos que lo sigan triunfarán. Nos gustaría que el punto de partida de este camino fuera Ceuta. ¡Hagámoslo posible!.

viernes, 17 de mayo de 2013

"UNO PARA TODOS Y TODOS PARA UNO"

Es curioso la cosas que suceden cuando uno está reflexionando sobre un determinado tema. Ando tomando notas para un trabajo que estoy preparando sobre la lucha entre el orden mecánico y el orden orgánico. Y duchando a mi hijo pequeño me dice: ¿Papá, quien era D`Artagnac?¿Y los tres mosqueteros?. Pues son los protagonista de una novela escrita por Alexandre Dumas que tenían un lema: "uno para todos y todos para uno". Al escucharme pronunciar esta frase pensé: ¿Se puede resumir mejor la esencia del organicismo?. Una visión en la que las partes trabajan por el bien del conjunto y el conjunto a favor de las partes. En un mundo globalizado como el nuestro, donde las partes, los países, y dentro de ellos las regiones, no trabajan a favor de la totalidad, sino de sus egoistas intereses, no estaría de más recordarles el espíritu de amistad, solidaridad, apoyo mutuo y sacrificio por el bien común que encarnan los Mosqueteros.
 
 

sábado, 11 de mayo de 2013

EL HORROR ECONÓMICO

El pasado fin de semana me enteré, por la sección de obituarios de "El País", del reciente fallecimiento de la escritora y activista Viviane Forrester. Esta triste noticia me hizo recordar una de sus obras más conocidas, que leí hace años y que me provocó un hondo impacto:  “El Horror Económico”. Un libro del que se han vendido más de 300.000 ejemplares en Francia y se ha traducido a 12 idiomas, habiéndose convertido en un fenómeno de trascendencia internacional. Con una franqueza casi brutal, la autora aborda en este trabajo los principales problemas de la sociedad actual: desigualdades sociales, marginación, desempleo, etc…
En opinión de Forrester “vivimos en medio de una falacia descomunal, un mundo desaparecido que se pretende perpetuar mediante políticas artificiales. Un mundo en el que nuestros conceptos de trabajo y por ende del desempleo carecen de contenido y en el cual millones de vidas son destruidas y sus destinos aniquilados. Se sigue manteniendo la idea de una sociedad caduca, a fin de que pase inadvertida una nueva forma de civilización en la que sólo un sector ínfimo, unos pocos, tendrá alguna función. Se dice que la extinción del trabajo es apenas coyuntural, cuando en realidad, por primera en la historia, el conjunto de los seres humanos es cada vez menos necesario…Descubrimos que hay algo peor que la explotación del hombre: la ausencia de explotación; que el conjunto de los seres humanos es considerado superfluo,  y que cada uno de los que integran ese conjunto tiembla ante la perspectiva de no seguir siendo explotable”.
            Las ideas de V.Forrester se confirman diariamente en las noticias económicas y en las manifestaciones de ciertas personas que consideramos la “élite” de nuestro país. Así el brillante cirujano Pedro Cavadas, responsable del primer transplante de cara en España, declaró en una entrevista en el diario “El País” que “no somos todos iguales: el que curra no tiene por qué ganar lo mismo que el vago, lo siento…Las subvenciones y los subsidios generan vagos”. Resulta inquietante leer estas declaraciones de alguien que vive rodeado de personas con graves problemas de salud y, por tanto, en contacto permanente con el sufrimiento humano. Quizá se haya deshumanizado y sólo vea a su alrededor objetos andantes, portadores de órganos que pueden ser transplantados de un cuerpo a otro. Desde luego, parece evidente que el Sr. Cavadas no ha tenido que sufrir la angustia de la inestabilidad, el naufragio de la identidad, el sufrimiento de perder su casa o no poder llevar un sueldo con el que alimentar a su familia. Este problema lo están sufriendo en nuestro país cerca de cuatro millones de personas, a las que se insulta gravemente cuando se les tacha de vagos y subvencionados. Desgraciadamente, este tipo de pensamiento está extendido entre las clases privilegiadas de la sociedad española, los únicos que se consideran merecedores del derecho de vivir.
            En España, como es de sobra conocido, las desigualdades sociales aparecen cada día más marcadas. En la cúspide una pequeña minoría que acapara gran parte de la riqueza del país. Un escalón por debajo están aquellos que de una manera directa o indirecta trabajan para las administraciones públicas; en medio, los trabajadores del sector del comercio, con sueldos a lo sumo mileuristas; y en la base, una amplia masa social de desempleados que no deja de crecer. Entre estos últimos, como bien apunta Ulrich Beck, abundan aquellos que realmente no buscan un trabajo, sino un dinero con el que poder subsistir. Esto nos lleva a un debate mucho más profundo sobre la condición humana y los derechos fundamentales que asisten a cualquier ser humano. Parece como si el principal derecho de cualquier persona, el de vivir, dependa de la demostración de que  “es útil para la sociedad, es decir, para aquello que la rige y la domina: la economía confundida más que nunca con los negocios, la economía de mercado. Para ella, “útil” significa casi siempre “rentable”, es decir que le dé ganancias a las ganancias.
           

sábado, 4 de mayo de 2013

¡LEVAD ANCLAS! *


La mente es realmente prodigiosa. Las ideas se van acumulando en nuestra cabeza de manera independiente hasta que llega a ella un conocimiento que consigue aglutinarlas dando lugar a un pensamiento complejo dotado de cierta coherencia. No siempre es posible, pero en algunas ocasiones podemos practicar una biopsia de una idea para determinar las causas de su formación. Cuando pienso en la génesis de la tesis que voy a desarrollar en este artículo veo con claridad todos los pasos que la han hecho posible. El fulminante que hizo estallar la idea fue la lectura de la brillante definición del concepto de pueblo que hizo el escritor estadounidense Waldo Frank en su obra “El redescubrimiento de América”. Según Frank, un pueblo es “un organismo suelto, enlazado por la tierra y el aire, por los antecesores y los descendientes”. Al leerla, no pude evitar aplicar tal definición al caso de Ceuta. Sobre el primer elemento que dota de consistencia a un pueblo, los lazos con la tierra o lo que llamamos la patria chica, no parece que plantee muchos problemas. Todos los ceutíes, -según se desprende de los resultados de la encuesta sobre el grado de querencia del territorio que figura en la tesis doctoral del sociólogo Carlos Rontomé-, mantenemos unos fuertes vínculos afectivos con nuestra ciudad. Sin embargo, tengo la impresión de que no sucede lo mismo respecto a los vínculos que nos unen con nuestros antepasados.

                Hay pueblos, como el vasco, que miran hacia detrás, hacia su pasado,  y no aprecian ningún tipo de ruptura. Cuando visitan el Museo Arqueológico de su región y observan los restos materiales de los primeros pobladores de su lugar de origen consideran que allí están los primeros vascos; cuando estudian el periodo romano y conocen la resistencia de los vascones a la Roma Imperial, allí identifican a sus antepasados; cuando les explican la época medieval y conocen la dificultad de los monarcas castellanos de integrarlos en sus reinos, allí reconocen a sus antecesores. Tal y como se narra en la crónica de Alfonso III de Asturias, fechada en el siglo XI, “Álava, Vizcaya, Alaon y Orduña siempre habían sido poseídas por sus habitantes”. Éste, desde luego, no es el caso de Ceuta. Por nuestra estratégica posición geográfica nuestra ciudad ha sido ocupada por todas las civilizaciones que han dominado el Mediterráneo (fenicios, romanos, bizantinos, musulmanes, portugueses, españoles, etc..). La historia de Ceuta no es un “continuum”, sino una línea plagada de rupturas.

                La última gran ruptura en la línea del tiempo de la historia de Ceuta ocurrió el 21 de agosto de 1415. Tras setecientos años de presencia musulmana en el solar ceutí, la ciudad fue ocupada por las tropas lusitanas. En menos de siete horas, Sebta fue tomada. Quienes se resistieron al ataque murieron, la mayoría huyó y otros, como mujeres, niños y ancianos que se quedaron en sus casas, fueron hechos cautivos y llevados a los navíos y galeras portuguesas.  Es posible que el extenso periodo de la historia medieval de Ceuta no fuera comprendido como un continuum absoluto, pero sí que había elementos tangibles que aportaban sentido de continuidad. Las mezquitas, madrasas, palacios, murallas, baños y cementerios, descritos por Al Ansari poco después de tener lugar la conquista lusitana de Ceuta, son buena prueba de que los ceutíes que hasta entonces ocupaban la ciudad percibían como propios todos los siglos de presencia musulmana en la estrecha península de Ceuta.

                La ruptura, en término histórico y poblacional, que supuso la conquista portuguesa de Ceuta fue notable. En la ciudad no quedó ninguno de los pobladores oriundos. Sus casas fueron expoliadas y sus lugares de culto expurgados. El imparable paso del tiempo fue borrando las huellas materiales del pasado musulmán: barrios enteros quedaron ocultos bajo las huertas que los portugueses instalaron en la zona de la Almina hasta que los arqueólogos los han devuelto a la luz; las murallas quedaron ocultas tras los nuevos muros erigidos por portugueses y españoles; las mezquitas transformadas en iglesias  y su madrasa Al-Yadida convertida en convento de Trinitarios; y uno de sus baños, el de la actual Plaza de la Paz, utilizado como cuarto de aperos.

                Durante mucho tiempo, no se permitió el asentamiento de musulmanes en Ceuta. Prueba de esta prohibición es que, en una fecha relativamente cercana como principios del siglo XX, de los algo más de 13.000 habitantes con los que contaba la ciudad, el número de musulmanes era de  tan sólo 250 personas. No fue hasta el fin del Protectorado Español en Marruecos cuando las autoridades permitieron de manera oficiosa la presencia de musulmanes en la ciudad. Llegamos así a principios de los años ochenta, momento en el cual, según la investigadora I.Planet, el número de los musulmanes residentes en Ceuta  era de 15.000 personas, la mayoría sin tener reconocida la nacionalidad española. Con la promulgación de la Ley de Extranjería de 1985 se plantea la delicada cuestión de la identidad jurídica de los musulmanes de Ceuta y Melilla, que se resolvió con el reconocimiento de la nacionalidad española a 5.580 musulmanes de origen marroquí asentados en Ceuta. Desde entonces la comunidad musulmana no ha dejado de crecer, hasta alcanzar un porcentaje superior al 40% de la población ceutí.

                Volviendo al tema central de este artículo,  no cabe duda de que los lazos que unen a los ceutíes con sus antecesores difieren entre las dos principales comunidades culturales de Ceuta. Aquellos ceutíes de origen occidental que miran hacia su pasado reconocen con claridad como sus antecesores a las distintas generaciones que han ocupado Ceuta desde 1415 en adelante, con las que comparten similares creencias religiosas y fundamentos culturales. No sucede lo mismo, desde mi punto de vista, con los miembros de la comunidad musulmana ceutí, cuyas raíces históricas recientes no van más allá de dos o tres generaciones. Ante la superficialidad de su arraigo, han querido identificarse con los musulmanes que fueron expulsados de Ceuta en 1415 y, desde este modo, enlazar con los siete siglos de la época islámica, además de servir de argumento para contrarrestar la imagen que algunos pueden tener de ellos como recién llegados a esta tierra.

                El planteamiento de utilizar la historia como fuente de legitimidad a las distintas culturas que, como en Ceuta, comparten un mismo espacio geográfico, la considero un grave error conceptual que no hace más que aumentar la tensión intercultural latente. Zygmunt Bauman en su obra “Mundo Consumo”, apoya la propuesta de De Singly de abandonar las  metáforas de las “raíces” y el “desarraigo”, a la hora de analizar las identidades presentes, y reemplazar por los tropos de echar y levar anclas. Según Bauman, “a diferencia de lo que sucede con el “desarraigo”, no hay nada irrevocable (y, menos aún, definitivo) en levar anclas. Mientras que las raíces arrancadas de la tierra en la que crecían acaban muy probablemente secándose y muriendo, las anclas se izan para volver a ser echadas en algún otro lugar, y permiten atracar con similar facilidad en múltiples puertos de escala distintos y distantes”. Aplicando esta metáfora del ancla podemos integrar en el discurso identitario “el entrelazamiento entre continuidad y discontinuidad en la historia de todos o  la mayor parte de las identidades contemporáneas”.

                La metáfora del ancla podemos unirla al significado que le dan los griegos al término Polis. Cornelius Castoriadis, en su obra “La ciudad y las leyes”, explica que la Polis no es una institución, ni un mecanismo y ni siquiera el territorio, sino los hombres, el cuerpos de ciudadanos. Para ilustrar esta idea, Castoriadis se refiere a la historia que cuenta Heródoto sobre los acontecimientos que se vieron en Atenas durante los prolegómenos de la batalla de Salamina. Fue entonces, cuando Temístocles, en clara oposición a los otros dirigentes griegos, declara: “nuestras mujeres y nuestros hijos han abandonado el Ática y están allí, en la isla de Salamina, y nuestras naves también; estamos listos para partir y fundar Atenas en otro lugar”. A pesar de que el territorio de la Polis era sagrado para los griegos,  tenían claro que lo que la definía en esencia no era tal o cual territorio, sino la colectividad política, el cuerpo de ciudadanos.

                Nuestro “barco”, Ceuta, lleva muchos siglos navegando. Es una vieja nave sacudida por los continuos vientos de levante y poniente. Su timón lo han ocupado representantes de las más representativas civilizaciones del pasado, algunas de las cuales aún perduran en nuestro tiempo. Durante todos estos siglos de singladura sus distintas tripulaciones la han amado con pasión hasta la última astilla del maderamen. Entre sus tripulantes hay algunos que han heredado el puesto de sus antepasados, cuyo recuerdo se pierde en la noche de los tiempos, y otros que se han enrolado en los últimos decenios. Pero una vez que todos deciden levar anclas, el barco se pone a navegar sin que nadie tenga en cuenta la procedencia de unos u otros, tan sólo se preocupan de sortear los peligrosos arrecifes y enfrentar con valentía las tormentas que con cierta frecuencia les azota. Nadie conoce a ciencia cierto el destino de la nave, -quizás esa misteriosa cultura del Mundo Único que se deja ver cuando se disipa la densa niebla que dura ya varios años-, pero todos se afanan en que el barco no se hunda y, muchos menos, que se pueda producir una rebelión a bordo que enfrente a los miembros de la tripulación por el control de la nave.
* Artículo publicado bajo el pseudónimo Septem Nostra, en "El Faro de Ceuta" (04/05/2013).