martes, 23 de abril de 2013

LA RESURRECCIÓN DE UNA NUEVA HUMANIDAD

En este breve artículo deseo reflexionar sobre la idea de la resurrección, entendida como el proceso de restablecer, renovar, dar nuevo ser a algo. Una idea que está de plena actualidad, aunque a algunos pueda extrañarle tal afirmación. Lo entenderán claramente si miran a su alrededor y observan el profundo estado de crisis en el que vivimos. No es sólo una crisis económica, los problemas son mucho más profundos y complejos, basados en una persistente pérdida de valores. En el libro que antecede a “Las transformaciones del hombre”, titulado “La condición del hombre”, Lewis Mumford hace un acertado retrato de la sociedad actual: “…el esquema capitalista de los valores transformó de hecho en virtudes sociales positivas cinco de los siete pecados capitales condenados por la doctrina cristiana –el orgullo, la envidia, la gula, la avaricia y la lujuria-, haciendo de ellos los incentivos indispensables para toda empresa económica”. Karl Polanyi no se queda atrás en su crítica a un sistema económico que sólo atiende a los beneficios sin importarle “los peligros involucrados en la explotación del vigor físico del trabajador, la destrucción de la vida familiar, la devastación de las vecindades, la deforestación de los bosques, la contaminación de los ríos, el deterioro de la calidad de las artesanías, la destrucción de las costumbres, y la degradación general de la existencia, incluida la vivienda y las artes”.

Lewis Mumford, en el mencionado libro “Las transformaciones del hombre” reclamaba la necesidad de un cambio de rumbo, de una transformación del hombre, en definitiva, la resurrección de una nueva humanidad. En esta ansiada transformación uno de los aspectos fundamentales es la necesidad de trascendencia y desarrollo espiritual. Claro, que previamente se requiere una profunda modificación en las llamadas religiones mundiales. Como propone Mumford, estas religiones deberían renunciar a “sus pretensiones ingenuas de revelación especial o hegemonía espiritual exclusiva, a su exigencia de poder temporal basado en tales suposiciones. Más bien deberían suavizar aquellos rasgos que las identifican con una cultura particular o una sociedad política”. Resulta inútil proseguir con la pretensión ciertas religiones de querer abrazar el cuerpo integro de la humanidad.
 
El papel de las religiones en el nuevo mundo, al que anhelamos quienes deseamos un mejor futuro para la humanidad, tiene que dirigirse a satisfacer la necesidad innata de autotrascendencia. Tal y como expuso S. Freud, la personalidad humana puede dividirse en tres partes: el ser biológico, el ser social y el ser ideal. Este último es el más frágil y el más susceptible de degradación. No obstante, este ser ideal pretende alcanzar una posición predominante, al representar la vía del crecimiento y el desarrollo permanente. Tal y como afirma L.Mumford, se nace con el primer ser, el substrato biológico; se nace al segundo ser, el ser social, que modifica y atempera los instintos animales desde las pautas o normas que establece la sociedad. Sin embargo, para llegar al tercero, el ser ideal, hay que renacer o resucitar, añadiría yo. Coincido plenamente con Mumford en que la creencia en la posibilidad de ese renacimiento es la principal aportación al género humano de las religiones monoteístas. Por el contrario, su fallo ha estribado en la ruptura que ha provocado con los elementos más bajos del ser humano.
 
La esperanza en la resurrección, en la que la muerte no es el fin, ha llevado a cierta despreocupación por los asuntos terrenales. Un verdadero desarrollo humano, la transformación que necesita nuestro mundo, precisa de la armonización de las distintas partes que conforman la personalidad humana, a la que hicimos referencia anteriormente. Para que la vida interior subsista más allá de sus primeros momentos de iluminación intensa, necesita de una vida exterior, construida, según sus percepciones que la afiance y la sostenga. Por consiguiente, ahora más que nunca hay exigir una mayor coherencia entre la proclamación de nuestras creencias y nuestros actos mundanos. La indiferencia que hacen galas muchas religiones frente a las actuales instituciones sociales lleva a fuertes contradicciones entre la reclamación de hermandad, el amor y la paz; y las continuas guerras y el egoísmo que fomenta el capitalismo. Esto nos lleva a declarar que el “hombre moral” que defiende las grandes religiones, entre ellas el cristianismo, no puede permitir “una sociedad inmoral”. Todos tenemos la obligación de denunciar las continuas disparidades entre las declaraciones y la práctica que practican de manera constante quienes ostentan cualquier forma de poder, éstas constituyen una ofensa para todos los hombres decentes.
 
A diferencia de lo que durante mucho tiempo se ha proclamado, el “Reino de Dios” sí es de este mundo. Por ello es necesario ayudar a quienes más lo necesitan. Ayudando a los demás se ayudan a sí mismos, alcanzando la coherencia entre sus creencias y sus actos, mediante el único sentimiento capaz de cambiar el mundo: el amor. Sin el cual, como concluye L.Mumford, será difícil que podamos esperar rescatar la tierra y todas las criaturas que la habitan de las insensatas fuerzas del odio, la violencia y la destrucción que actualmente las amenaza.

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