domingo, 31 de marzo de 2013

REAJUSTAR LOS RELOJES AL TIEMPO CELESTIAL


Hoy, -día del cambio horario primaveral-, estamos todos algo desorientados. La mayoría hemos comido con poco apetito, si hemos respetado el nuevo horario, o demasiado tarde si nos resistido a cumplirlo. Según los expertos tardaremos algunos días acomodarnos al cambio horario. Al reflexionar sobre este raro día que estamos pasando me ha venido a la memoria un capítulo de “La conducta de la vida” de Lewis Mumford que se titula “Cronología y horología”, término este último referente al arte o ciencia de medir al tiempo. En este apartado del libro que cierra la serie “La Renovación de la Vida”, comentaba una obra poco conocida de Herman Melville, “Pierre o las ambigüedades”. El protagonista de esta novela lleva el curioso nombre de Plotino Plinlimmon, una curiosa caricatura espiritual de Hawthorne y Emerson.
 
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                En “Pierre o las ambigüedades”, Melville trata la relación entre lo absoluto y lo relativo. A partir del personaje de su novela, Melville muestra que en el mundo moderno el tiempo absoluto, -de acuerdo al cómputo de los movimientos planetarios-, se establece por el Observatorio de Greenwich. De modo que  todos los barcos que parten de Londres controlan el reloj de su buque según el tiempo de Greenwich. Pero, una vez que el barco llega, por ejemplo, a China, su capitán descubre una sorprendente discrepancia entre su propio cronómetro de precisión y los relojes locales o de sol. Si el capitán intenta llevar a cabo el trabajo diario según una programación que mantenga el horario de Greenwich, estará durmiendo de día y trabajando mientras sus vecinos chinos están en la cama.
 
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Aplicando esta discrepancia horaria al plano de la conducta ética, Melville llama la atención sobre el hecho de que en cada generación florecen unas pocas almas que procuran orientar sus vidas según el “tiempo celestial”, y tratan de hacerlo absoluto y universal. Estas singulares personas están dispuestas a vender todo lo que tienen y darlo a los pobres, o a poner su mejilla derecha cuando le abofetean la izquierda. Pero, tal y como subraya Melville, la mayoría de los hombres y las mujeres rigen sus vidas por la hora local. Desean alcanzar el cielo antes que dar todo lo que tienen a los pobres; aunque, como Melville irónicamente comenta, les resultará más fácil practicar esta virtud en el cielo, ya que no hay pobres en ese lugar. Desde el presuntuoso punto de vista de la observación del “tiempo local”, es el “tiempo celestial” el que está equivocado.
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                    Herman Melville

                La lección que se puede extraer de la referida novela del genial Herman Melville, según Mumford, es que a la hora de reflexionar sobre nuestros ideales, principios y valores “hay que contar con el hecho de que vivimos en el reino de lo históricamente condicionado, sujetos a presiones y limitaciones ambientales que no pueden ser totalmente dejadas de lado. En otras palabras, el ideal moral es un punto de referencia, no un destino en sí mismo. Mientras que una orientación fija hacia el norte o el sur es fundamental para encontrar el camino a puerto, uno puede tener que virar su barco, ahora hacia el este, ahora al oeste, a fin de avanzar en la dirección principal que uno ha elegido. Por el contrario, si nos marcamos un rumbo fijo hacia el norte o al sur, puede encontrarse al final sólo en un polo perdido. Debemos, por tanto,  guiarnos por la estrella fija del Norte, “no con el fin de alcanzar un norte ideal, sino a fin de encontrar un destino justo”.

Lewis Mumford, haciendo gala de una extraordinaria capacidad para escribir sentencias categóricas, concluye que “no hay virtud que no pueda, en cualquier momento, trastocarse en su opuesta. La humildad, perseguida con demasiada firmeza, puede dar lugar al orgullo”.  Para reforzar esta idea Mumford alude a un antiguo libro sangrado hindú que recoge la siguiente frase: "el bien encuentra a menudo en la bondad a un enemigo a temer”. De igual modo, y si le damos la vuelta a la frase, no hay vicio tan horrendo, ni impulso tan depravado, que el ser humano no pueda arrancar de la profundidad de su alma, creando un bien de otra manera inalcanzable. Esto explica la preferencia de Jesús por los pecadores, en vez de decantarse por el fariseo. Y lo fue no sólo porque el pecador necesita  de manera más urgente ser salvado, sino que, una vez salvado, tal vez llegaría a ser un hombre mejor que su virtuoso rival.
 

En esencia, según Mumford, el bien y el mal son polos opuestos, polos fijos. Pero en la práctica, “son signos algebraicos que indican cantidades positivas o negativas; y cambian los valores como los símbolos de la vida desplazado un lado de la ecuación al otro. ¿No era éste el sentido de Uriel de Emerson: "El mal bendecirá y el hielo quemará"? Estas paradojas y ambigüedades en la vida moral están bien ilustradas por dos ocasiones históricas contrastadas: los acontecimientos que tuvieron en Atenas en la época de Demóstenes y las dramáticas circunstancias que se vivieron en Inglaterra en los días de Churchill. Los atenienses, incapaz de apartarse de su amado modo de vida, se condenaron a sí mismos a la derrota; mientras que la disposición moral para enfrentar el peligro y la muerte trajo vida a los británicos y evitó una larga serie de catástrofes, ocasionadas por su anterior falta de voluntad para enfrentar las duras pruebas a la que tuvieron que hacer frente durante los bombardeos de la aviación alemana.

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