sábado, 30 de marzo de 2013

LOS LÍMITES DE LA CIUDAD


Lewis Mumford manifestó en su obra “La ciudad en la historia”(1961) que la ciudad presenta un claro límite orgánico a su propio crecimiento. A este respecto,  llamó la atención sobre el hecho de que “muchos urbanistas actuales, no se dan cuenta de que superficie y población no pueden crecer hasta el infinito sin destruir la ciudad o al menos sin imponer un nuevo tipo de organización urbana para la cual se necesita encontrar una forma adecuada a pequeña escala y un esquema general a gran escala”.

Un concepto tradicionalmente utilizado en la ecología es el de la capacidad de carga. Para Virginio Bettini, autor de “Elementos de ecología urbana” (1998), entiende que la capacidad de carga de una ciudad corresponde a la posibilidad que esta presenta para hacer frente “al exceso de presión por parte del hombre: autodepurándose, absorbiendo y reciclando los residuos, restableciendo recursos, manteniendo intactas las calidades no renovables, entre las que también está el bienestar social”. Generalmente, la capacidad de carga suele relacionarse con el número máximo de individuos que un determinado territorio puede sostener.
 
 

La respuesta dada a los problemas del crecimiento urbano de las ciudades occidentales varía de un lugar a otro, en aquellas ocasiones en las que se ha llegado a plantear abiertamente esta delicada cuestión. Un caso paradigmático es el de Nápoles. Esta ciudad, conocida en el mundo entero por sus problemas de inseguridad ciudadana, se planteó hace tiempo un objetivo, con un perfil modesto, pero congruente: devolver a la ciudad a condiciones ordinarias de normalidad y eficacia. Un proyecto basado en recalificaciones urbanas, potenciación de los servicios, recuperación del transporte público, e incremento y tutela rigurosa de las zonas verdes. En definitiva, la tutela de cuanto queda de valor, calidad y recursos que la naturaleza y la historia otorgaron al territorio (Bettini, 1998: 162). Se trata de establecer medidas para preservar los restos que definen la ciudad, dejándolos al margen sine die del desarrollo urbano de las ciudades, sin renunciar por ello al aumento de la calidad de vida mediante la mejora de los servicios públicos.
 
File:Historic center of Naples.jpg
 

Pasar por alto la capacidad de carga de una ciudad, superando su umbral máximo, conduce a un rápido aumento de las enfermedades, del malestar urbano, de la congestión y de las tensiones sociales. Alguna ciudad, como es el caso de Bolonia, ha decidido empíricamente un límite a la población y a las instalaciones productivas en su interior (Bettini, 1998: 221). Ya Patrick Geddes, en 1918, comprendió que, una vez alcanzado el óptimo, una ciudad no debe aumentar más en superficie y población. Conviene recordar el dicho de Aristóteles: cualquier forma orgánica posee un límite superior y un límite inferior de crecimiento.
 

El análisis del límite de las ciudades fue abordado por Murray Bookchin, -creador de la llamada “ecología social”-, en un trabajo que coincide con el título de este artículo. No ha sido fácil poder conseguir leer este libro, ya que tan sólo se encuentra algunos pocos ejemplares en la biblioteca de ciertas universidades. Hasta 1978 no se editó en una edición en español de esta obra, nada de extrañar teniendo en cuenta la manifiesta tendencia anarquista en el pensamiento de M. Bookchin. Ni que decir tiene que tras cuarenta años de dictadura franquista, todo lo que sonara a anarquismo era lo mismo que citar al propio diablo. Para desgraciada del ecologismo español, la obra de M.Bookchin, como la de otros autores vinculados al anarquismo (Thoreau, Geddes, Mumford, Howard, Reclus, Kropotkin, etc…), apenas han influido en la formación del discurso ecologista.

Siguiendo la idea de Mumford que define a las ciudades actuales como la “anti-ciudad”, M. Bookchin concluye que la “expansión sin límite es un límite en sí misma, un proceso auto-devorador en el que el contenido es sacrificado a la forma y la realidad a la apariencia”. Esta idea encaja a la perfección con la realidad, o más bien, siguiendo el argumento de M.Bookchin, a la realidad virtual creada desde las administraciones públicas. En España no hemos convertido en maestros de la apariencia: la ciudad se degrada en su urbanismo, pero el centro de las ciudades se galanan con luces, flores y esculturas; el colapso del tráfico es evidente y la solución es construir más aparcamientos y nuevos viales; el núcleo urbano se masifica y como respuesta seguimos densificándolo, sin dotarlo de más espacios libre y verdes; la realidad social se complica ante la falta de perspectiva de empleo, mientras las desigualdades de renta siguen marcando una ruptura en el seno de la sociedad  de imprevisibles consecuencias.
 
File:Murray Bookchin.jpg
 

En estos tiempos de crisis económica conviene recordar la relación que estableció M. Bookchin entre el vigente sistema económico capitalista y la degradación de las ciudades. Tal y como subrayó este pensador, “importa poco si la ciudad es fea, si degrada a sus habitantes, si resulta estética, espiritual o físicamente tolerable. Lo que cuenta es que la operaciones económicas se desarrollen en una escala y con una eficacia capaces de satisfacer el único criterio burgués de supervivencia: el crecimiento económico”.

Para concluir quisiéramos aprovechar la ocasión para suscitar una reflexión general a sobre los límites del crecimiento urbano de nuestras ciudades, pues como apuntaba hace más de treinta año M.Bookchin, “el mundo natural plantea su propio límite ecológico decisivo: un límite del que quizá nadie se apercibirá hasta que el daño sea irreparable y la recuperación de una ecología equilibrada imposible”.

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