viernes, 29 de marzo de 2013

LA CIUDAD: PÁRAMO ESTÉTICO Y SOCIAL


Comentaba con acierto Patricia de Souza Brazo que las actuales ciudades, desde el punto de vista físico, debido a sus paisajes uniformes y su casi total ausencia de elementos naturales, inhiben la capacidad creativa del ser humano. Sin embargo, desde el punto de social, las posibilidades de creación son mucho más amplias. Como siempre, en el equilibrio radica la clave del éxito o el fracaso de las ciudades. Pero antes de hacer una breve disquisición sobre los aspectos estéticos de las ciudades, conviene aclarar qué entendemos por ciudad.

Una de las mejores definiciones del concepto de ciudad la podemos encontrar en un breve artículo de Lewis Mumford, titulado “What is a City?” (The City Reader,1966). Para Mumford, “la ciudad es una colección relacionada de grupos primarios y asociaciones propositivas: los primeros, como la familia y los vecinos, son comunes a todas las comunidades, mientras que los segundos son especialmente característicos de la vida en las ciudades. Estos variados grupos se mantienen ellos mismos a través de las organizaciones económicas que son más o menos colectivas, o al menos reguladas de manera pública, y están alojados en estructuras permanentes, en el seno de un área relativamente limitada. Los recursos físicos esenciales de la existencia de una ciudad son el sitio fijo, el alojamiento duradero, las facilidades permanentes para el encuentro, el intercambio, y el almacenaje; los recursos sociales esenciales son la división social del trabajo, la cual no atiende simplemente a la vida económica sino a los procesos culturales. La ciudad en su completo sentido, entonces, es un plexo geográfico, una organización económica, un proceso institucional, un teatro de acción social, y un símbolo estético de la unidad colectiva. La ciudad fomenta el arte y es arte; la ciudad crea el teatro y es el teatro. Es en la ciudad, la ciudad como teatro, donde las más propositivas actividades del hombre se centran y elaboran, -a través del conflicto y la cooperación-, las personalidades, los eventos, los grupos, en unas más significativas culminaciones”.
 
 

Una de las más importantes conclusiones que se puede obtener de este concepto de ciudad es que “los hechos sociales son lo principal, y la organización física de la ciudad, sus industrias y sus mercados, sus líneas de comunicación y tráfico, debe estar subordinadas a sus necesidades sociales”. Por desgracia, a lo largo de la historia son escasos los ejemplos en los que se ha priorizado los aspectos sociales en las ciudades. Tenemos que retrotraernos a la Atenas de Sófocles y Sócrates para encontrar la cristalización del modelo ideal de ciudad encarnado por un nuevo tipo de ciudadano caracterizado por la integridad, el equilibrio, la simetría y la autodisciplina. Esta forma ideal apenas se mantuvo una generación, y no volveremos a encontrarla, siempre de manera aproximada, hasta otros momentos puntuales de la historia como la Florencia de Dante o la Venecia del siglo XV. A Sócrates y Sófocles vinieron a sustituirlos una visión distinta de la ciudad, la que representaron Platón y Pericles. A partir de este momento, los edificios empezaron a ocupar el lugar de las personas. Tal y como relata Mumford en su obra cumbre “La ciudad en la historia”, tras los grandes monumentos de la Grecia clásica, se oculta una exaltación de yo colectivo y de la personalidad del propio Pericles. De este modo, se dio un fenómeno que se ha repetido en multitud de ocasiones en el desarrollo de las ciudades: la sólida estructura física ocultaba la podredumbre moral que había tras ella.

 

En el amplio estudio que hizo Mumford sobre la evolución de la arquitectura y del urbanismo, llamó la atención sobre lo que considera “una de las más enigmáticas contradicciones del desarrollo humano, a saber, las tantas veces reiterada falta de armonía, por no decir de duro conflicto, entre el orden estético y el orden moral”. Lo que descubrió Mumford como una constante en la historia de las ciudades es que a medida que la vida de la ciudad se desintegraba, su aspecto exterior tendía a ofrecer un grado mucho más elevado de orden formal y coherencia. Así pues, en palabras de Mumford, “con excesiva frecuencia, la envoltura física refinada es la expresión definitiva de un organismo cívico frustrado y debilitado espiritualmente”.
 
File:Versailles Tapis vert (1).jpg
           
 Hemos perdido de vista que la función principal de la ciudad es facilitar las relaciones personales: es decir, permitir –y, por supuesto, alentar-, tal y como comentó Lewis Mumford, “el mayor número posible de encuentros, reuniones y coincidencias entre los más diversos grupos y personas, proporcionando, por decirlo así, el ambiente y escenario en que se desarrollará el drama (o comedia, o sainete) de la vida social, como actores, más que como meros espectadores de la realidad. La función social de los espacios abiertos de la ciudad es reunir a la gente”. La ciudad no se hace en el interior de las viviendas, sino en las calles y en los espacios públicos.
A nuestro alcance está iniciar una nueva etapa, como la expuesta por Lewis Mumford en su obra “Las transformaciones del hombre”, que tenga como meta la búsqueda del equilibrio humano mediante la puesta a disposición de los ciudadanos de un entorno igualmente equilibrado entre lo construido y lo natural, que contenga los ingredientes fundamentales para una vida plena y rica.
File:Radburn-cul-de-sac.jpg
 

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