viernes, 8 de marzo de 2013

EL REENCUENTRO DE LA MUJER CON SU SEXUALIDAD

   Tras la disolución de la síntesis medieval y el surgimiento del capitalismo como modelo económico y el absolutismo como sistema político, hubo diversos intentos para frenarlos. El protestantismo trató de frenar el espíritu capitalista y al final no hizo sino profundizar sus canales. Según comenta Mumford en “La condición del hombre”, “hasta el siglo XIX las fuerzas negadoras de la vida (mamonismo, mecanicismo y capitalismo) no ganaron la partida porque, mientras tanto, la disolución de la síntesis medieval había dado lugar a un contramovimiento: una activación de la líbido, una intensificación de los sentidos, una introducción de la mente en sus propios laberintos, una expansión de cada actividad que promovía animación, alegría, exuberancia corporal”. De este movimiento surgieron dos nuevos prototipos humanos: el caballero y su contraparte femenina, la cortesana y la dama.
            Entre los siglos XVI y XX, se produjo, según Mumford, una profunda modificación en el sexo, en el amor y en la paternidad. Durante este periodo histórico el gran tema del arte fue la celebración y goce de la mujer. Los pintores desnudaron a la mujer, revelaron los encantos de la naturaleza e idealizaron las posibilidades de la experiencia erótica. A partir de este momento, la mujer siente su poder: su poder de dar y negar.
La diferencia entre la mujer medieval y la mujer barroca es abismal. Mientras que para la mujer medieval su verdadera vida como mujer empezaba con la maternidad, en la mujer barroca, su vida era más bien detenida por la maternidad. Estaba más cerca de la cortesana que de la virgen, y tenía menor autoridad como esposa porque ocupaba una mayor lugar como amante. Con esta reencuentro del sexo, la mujer adquirió un yo maduro en esferas ajenas al sexo, y su influencia se hizo sentir más en las esferas intelectuales y políticas.
Para nuestra desgracia, y sobre todo para las mujeres, el triunfo definitivo del capitalismo, que todo lo mercantiliza, el desnudo femenino ha sido transformado en un reclamo publicitario que igual sirve para promocionar una marca de champú que un desodorante masculino. De símbolo de la ardiente vitalidad se ha degradado a estandarte del atroz consumismo y, en el peor de los casos, en horrendas expresiones de vulgar pronografía.
 
 

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