martes, 4 de diciembre de 2012

Resulta paradójico que nuestro actual sistema económico haya pasado de llamarse capitalista a denominarse neoliberal. Esto supone una auténtica perversión del lenguaje y una tergiversación histórica de los ideales del liberalismo económico. Uno de los considerados padres del liberalismo, John Stuart Mill, era un firme convencido de las bondades del progreso, ignorando que los males que acarrea la fe ciega en este principio vital. Sin embargo, el segundo tomo de sus “Principios de economía política”, lo dedicó a explicar su idea del estado estacionario. Esta idea aparece resumida en el siguiente párrafo: “Es apenas necesario señalar que un estado estacionario del capital y de la población no involucra estado estacionario del mejoramiento humano. Habrá tanto campo de acción como siempre para toda clase de cultura mental y moral y progreso social; tanto campo para mejorar el arte de vivir, y muchas más probabilidades de que sea mejorado, cuando las mentes dejen de estar atraídas en el arte de medrar. Hasta la artes industriales pueden ser tan seria y exitosamente cultivadas, con la única diferencia de que en lugar de no buscar otro objetivo que el aumento de la riqueza, los progresos industriales produzcan su legítimo efecto, abreviando el trabajo”. En definitiva, lo que Mill promulgaba era la lógica transformación del progreso mecánico en beneficio social.
 
 
 

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